El campo de prisioneros de Zeluán


La aparición de un familiar (José Asensio) de Lorenzo Asensio Martínez, soldado de aviación fusilado en Melilla el 22 de abril de 1937, obliga a replantearse muchas de las historias que conocemos sobre la represión franquista en nuestra ciudad, y de su magnitud. Toda Melilla fue una prisión, en la que cualquier fuerte con posibilidad de acoger prisioneros, lo fue (Mª Cristina, Victoria Grande, Rostrogordo). Cuando en la década de 1990 fue abandonada la prisión provincial de Mª Cristina, todo su archivo histórico quedó allí, y fue incendiado por los sin techo. Libros de registro, archivos, expedientes, o lo que queramos imaginar, fue utilizado como material combustible. Del Fuerte de Rostrogordo, el corredor de la muerte de Melilla, y del de María Cristina, no conocemos dato alguno. Si existen esos archivos, están custodiados bajo siete sellos.

Del campo de prisioneros de Zeluán sabemos casi todo, gracias al extenso estudio de Mª Elena Fernández Díaz, publicado por la UNED en 2020, y eso porque a la historiadora Elena Fernández le dejaron conocer todo, pero solo hasta cierto punto. Ella documentó al menos 1462 fichas de prisioneros, aunque las estimaciones duplican esa cifra. Es más, a las casi 300 ejecuciones llevadas a cabo en Melilla , se le podría añadir al menos otro centenar largo de fallecimientos, si contamos los fallecidos por desnutrición y enfermedades, en el propio campo de Zeluán, y en los fuertes militares utilizados como prisión. La cifra real de fallecidos por la represión, podría situarse en el medio millar de personas. Sin embargo, estamos en 2024 (17 años después de la promulgación de la 1ª Ley de Memoria) y no hay acceso a ningún archivo. Ni conocemos lo que hay, ni tampoco lo que se ha ocultado. Aquí pasaron muchas cosas más de las que se han reconocido.

Y en todo esta travesía del desierto, con el consiguiente desánimo por la indiferencia manifiesta, aparece de modo providencial la memoria del soldado Lorenzo Asensio, que nos pide que no olvidemos nada, que los recordemos siempre. Si la carta de Lorenzo, en los últimos instantes de su vida es sobrecogedora, la de su joven novia o amiga, corta la respiración y acongoja. Por eso le damos un lugar específico, porque lo merece.

La carta de Encarnita (Nador, 19 de nayo de 1937)

«Querida Juana, me alegraré que al recibo de esta carta estéis todos bien. Nosotros bien a Dios gracias. De lo que dices que me has escrito dos cartas, pues no he recibido mas que una, fecha del 17. Desde pocos días después de fallecer mi pobre Lorenzo, estoy muy cerrada a responder pues no tengo ganas de nada, pues ustedes se pueden imaginar los fuertes golpes que he llevado, pues no puedo dejar mi casa para ir a Melilla. De lo que me dice usted de la ropa y de las demás cosas pues tengo el gusto de tenerlo todo, hasta que vengan sus padres para entregárselo todo, y si no vienen, yo se lo mandaré porque yo sé mi obligación. Usted no se puede figurar el dolor tan grande que tenía el día 23 por no poder asitir al entierro, pues no fuí porque mi hermano no me dejó ir. Yo no pagué la fosa porque no tenía dinero. A mi no me duele lo que me he gastado, porque él se lo merecía todo y más. Reciban un fuerte abrazo de esta su mejor amiga, Encarnita».

¿Quiénes eran Encarnita o Juana? No sabemos, ha pasado demasiado tiempo. Los testigos de aquella tragedia ya no están. El dolor de Encarnita es abrumador, traspasa el propio escrito e incluso el tiempo. En su carta deducimos la acción de la censura militar, que elimina una carta. También vemos la intervención de su hermano, que le impide ir al cementerio, lo que le hubiese supuesto significarse, y extender la acción represiva, que era multidireccional.

La última carta de Lorenzo Asensio (Zeluán, 21 de abril de 1937)

El soldado de aviación Lorenzo, natural de Águilas, fue condenado en firme el 28 de noviembre de 1939 por auxilio a la rebelión en un juzgado de Melilla, dos años después de haber sido ejecutado. Además se le impuso una multa de 1000 pesetas, que permitió el embargo de los haberes familiares hasta mayo de 1959, fecha en la que se les exoneró de semejante despropósito. Estimando los sueldos de la época, calculamos que la familia apenas habría pagado la mitad de esa multa, transcurridos 20 años desde su fusilamiento. Fue condenado en un Consejo de Guerra, por la que su legalidad fue nula. Dejar sin efecto todas las sentencias de los consejos de guerra, sería la obligación de una Democracia, y por supuesto devolver la cantidades y bienes robados a las familias durante décadas.

Parte de la familia Asensio estaba en Melilla. Lorenzo no se dirije directamente a sus padres pero quiere que les llegue su último recuerdo: «en el caso de que deje de escribir para siempre«, carta que firma en Zeluán el 21 de abril. Parece que eran primas, amigas, o una familia con la que se siente especialmente unido, como refleja en estas últimas líneas, cuando la sombra de la muerte ya le esperaba sin compasión.

   En esta carta muestra una especial  consideración a Antoñita, a Tere y a Leonardita, pero especialmente a Encarnita, a la que se siente unido por encima del resto: «Es por este motivo yo tenía como mis hermanas a Antoñita, a Mari, a Tere y a Leonardita, a las que nunca he olvidado, aunque lo parezca, pero es que no tengo dinero para el sello, y prueba todo ello que mucho nos agradaba cuando íbamos a casa la pobre Encarnita y yo y nos pasábamos todo el rato junto a mis muy queridos tíos y sus muy encantadoras primas…y reciban el cariño de su sobrino que bien y mucho les quiere».

Es la última carta de la vida de Lorenzo, a su tía Juana, y a sus queridas primas. Encarnita cumplió su palabra e hizo llegar todo a sus padres.

Las fosas de los olvidados


Memoria Histórica y la fosa general de la parcela 19

En aquellos años, década de 1980, no había la sensibilidad actual. El cementerio de Melilla necesitaba una nueva ampliación y se creó la Galería Norte, dividiendo en dos la parcela 19, en donde existía una fosa general en la que se enterraron al menos un tercio de las 300 víctimas de la represión franquista en Melilla. Mas de 80 represaliados acabaron en la fosa de la parcela 19, bien de modo directo, o en sucesivos traslados y renovaciones de sepulturas, hasta la inhumación en una de las fosas del olvido. En ese tiempo entre 1983 y 1984, ni siquiera existía un medio de comunicación que pudiese haber dejado constancia del hecho. La fosa general nº19 fue abierta, y trasladados todos los restos hasta el osario general actual. Entre ellos se encuentra Diego Jaén Botella, trasladado hasta la fosa del olvido el 28 de mayo de 1948.

Dos leyes de Memoria, la de Rodríguez Zapatero de 2007 y la de Memoria Democrática de Pedro Sánchez de 2023, y no se ha destinado a Melilla un solo euro, para abrir y documentar las fosas, o para crear alguna entidad memorialista, que se haga cargo de recopilar documentos y expedientes judiciales de los represaliados. Ni un solo euro para indexarlos, clasificarlos, digitalizarlos, y ponerlos a disposición de familiares e investigadores. Se sabe que en algún momento de lo que llevamos de década, los expedientes de los represaliados del franquismo, fueron entregados por el Ministerio de Defensa, sin que sepa el destino, ni el qué se ha hecho con ellos. No hay noticia alguna sobre este traspaso de documentación. No solo no hay interés, sino tampoco voluntad. Habra que esperar a una tercera ley de Memoria colectiva de España, para poder averiguar el alcance de los sucedido en nuestra ciudad. En el osario general del cementerio de la Purísima, no hay un solo rótulo que dignifique los enterramientos de los represaliados, o una ruta de la represión. No hay nada de nada.

A los nuevos revisionistas, encabezados por Miguel Platón, Moa y otros muchos. A los defensores de las pseudo leyes de Concordia habrá que decirles que la memoria histórica del Franquismo se llamó Causa General: La dominación Roja en España, y que no hubo mayores profanadores de tumbas que los franquistas, que no solo abrieron todas las fosas conocidas, sino que además publicaban las fotografías de los asesinados. También abrieron las fosas de los republicanos represaliados, y los trasladaron al Valle de los Caídos, para enterrarlos de manera colectiva e irrespetuosa, sin conocimiento de los familiares, lo que es un delito. El problema de la Causa General, es que no alcazaron la cifra de muertos que imaginaban, y que al final resultó ser solo la mitad, de las que ellos produjeron, bien de modo impune, o con juicios sin legalidad ninguna, diga Miguel Platón lo que diga. Los crímenes en la «zona republicana» están claros y contados desde hace mucho. Los del franquismo no, y esa es todavía la gran diferencia que sigue sin subsanarse.

Lorenzo Asensio Martínez, soldado de Aviación

Lorenzo Asensio Martínez era soldado de Aviación, procedente de Águilas (Murcia), mienbro de una familia asentada en la ciudad, por lo que tenía pase pernocta. Al volver una mañana al cuartel, le solicitan el pase, que leen minuciosamente y descubre que está firmado por «un oficial rojo», al que ya habían fusilado. Lo que le convierte de inmediato en sospechoso. El día 21 de abril de 1937 escribe a su familia desde el campo de prisioneros de Zeluán y ya intuye que lo suyo puede ser grave y así lo advierte a su familia: «..A mi me extraña que el día de la lectura del cargo me pidiesen mucho menos, y el día del Consejo fuese mucho más grave». Y añade: «Si algún día dejara de escribirles para siempre, quisiera que pudieran alguna vez decírselo a mis queridos padres, y demás familia». La justicia franquista era así. en apenas 7 días se amontonaban la detención, la acusación, el juicio, la sentencia, la apelación y la ejecución de la misma. En este caso, aunque lo intuye, es la pena de muerte. Al principio de la carta ya dice que tiene «poca esperanza».

La despedida del soldado Lorenzo Asensio

La siguiente carta está firmada el día 22 de abril de 1937, a las 3 de la madrugada en el siniestro fuerte de Rostrogordo, a solo unos cientos de metros del paredón de las ejecuciones.

«Mis queridos tíos y primas. En los últimos momentos de mi vida escribo esta muy dolorosa carta en la que les digo que muero sin delito y por lo tanto inocente, pues qué justicia hace el Consejo que me pone esta pena. Ahora que mi conciencia queda tranquila y no creo dejar avergonzada a toda mi familia, de la cual siempre los quise y no dudo que os acordaréis siempre.

A Encarnita que remedio cabe que aconsejarla y también quererla siempre como yo la he querido, pues bien sabéis que la he querido mucho y que solo era mi ilusión pero no hay remedio. Vosotros todos quererla mucho, y si podéis decírselo a mis padres por si alguna vez puede abrazarla como ella se merece. Vosotros de mi parte tan pronto recibáis esta carta, visitarla y no cesar de darle abrazos de mi parte.

A mis primos les dais muchos abrazos y a toda la familia y ustedes reciban el cariño de un sobrino que se despide con mucho dolor para siempre. Lorenzo

Sin derecho a la memoria

La carta es estremecedora, y a pesar de los 87 años transcurridos, se percibe el inmenso dolor con el que fue escrita, el de saber que te van a arrancar la vida, de manera injusta y vil. Ante la ausencia de entidades memorialistas en Melilla, me ha sido remitido por un sobrino nieto de Lorenzo (José), desde Águilas. Es un auténtico honor publicarla en El Alminar de Melilla, así como la fotografía del joven soldado, y poder dar a conocer su historia y cruel final. Al menos ya queda la satisfación de haberlo sacado del olvido al que lo condenaron, pero ahora sí para siempre. La memoria ha podido triunfar una vez más.

¿Qué fue de los padres de Lorenzo Asensio? No sabemos cuándo pudieron conocer la noticia. Pero esa misma noche fallece en las faldas de Camellos, Pedro Asensio, de 85 años, víctima de un derrame cerebral, también nacido en Águilas. Podria tratarse de la familia con la que residía y que le daba derecho a ese pase pernocta. Lorenzo tenía 21 años y era soltero. Fue directo a la fosa general 19. Podía incluso tratarse de una casualidad, pero en era algo común que apareciese gente muerta en las laderas de Camellos.

  En la España de Franco la culpa no acababa con la muerte. La Ley de Responsabilidades Políticas extendía la culpa a la familia. A los padres del soldado Lorenzo Asensio les impusieron una multa de mil pesetas que en 1948 todavía no habían acabado de pagar. La ley permitía saquear y robar las propiedades de los fusilados, ya fuesen casa, tierras, coches, joyas o dinero en metálico.