Convivir con el amianto


            Lo instalaron entre 1940 y 1980, en cantidades casi epidémicas, y todavía sigue junto a nosotros/as. Hay un pacto de silencio que nadie se salta, la ciudad está inundada de este mineral letal, pero no hay un solo plan previsto para su retirada. Mientras tanto, en una situación de colapso sanitario, se siguen invirtiendo cantidades mil millonarias en maquillaje urbano, como las falsas zonas peatonales del barrio del Real, Carlos de Arellano, barrio del Industrial, o el pseudo carril bici del Paseo Marítimo, mientras se racanea hasta el extremo las inversiones en el futuro de la ciudad. Nos es lógico gastar 10 millones de euros en las zonas mencionadas, y no planificar una verdadera alternativa medioambiental para Melilla.

            Hay algo que ya hemos conseguido y es que el amianto o uralita ya esté en las carpetas de las mesas de los despachos, aunque nadie se atreva a hablar de él en público. En los primeros días de enero comenzó la retirada del amianto en el cementerio de la ciudad, en secreto, sin la menor noticia pública, pero eso sí, con todas las protecciones requeridas para este tipo de material. El contraste es tremendo entre las imágenes de la zona sellada en el cementerio, mientras que se hacía explotar un techo de uralita sobre las mismas narices de los ciudadanos en el hospital del Docker, y no solo el que pudimos fotografiar, pues tenemos constancia de que se repitió el incidente, caída de arboles sobre las cubiertas de uralita, en al menos otros dos barracones. En el acuartelamiento Pedro de Estopiñán, una gran sección de uralita está a punto de hundirse.

             La advertencia resulta curiosa y alarmante a la vez: respirar polvo de amianto es peligroso para la salud, en el cementerio. Mientras tanto, numerosas zonas de la ciudad conviven con amianto fracturado, como el cuartel Gabriel de Morales, junto al de Santiago, o lo tienen casi encima, como las viviendas sociales de la calle Luis de Ostáriz, y que recientemente se ha cubierto con una malla protectora. Los ciudadanos pasean bajo el amianto en el Mercado del Real, y en los pabellones deportivos de la Hípica y en el  Lázaro Fernández, o incluso lo tienen como techo de viviendas, como una que identificamos en la calle Nápoles. Está por todos lados, incluso en forma de bidones de agua, en forma masiva y en pleno centro de la ciudad.

            Tan preocupante como la que se ve, que ya es mucha, está la que podría haber sido eliminada de manera clandestina, cuando el Ministerio de Defensa abandonó estos cuarteles. Junto a los restos de barracones con techumbres de uralita, están los que ya no la tienen, y de la que parte está fracturada en el suelo o desaparecida y evaporada. Las preguntas son directas: ¿Cuándo fue eliminada toda esa uralita, quién lo autorizó o miró hacia otro lado, y sobre todo a dónde fue a parar?. Fragmentar y triturar la uralita de forma clandestina, en los vertederos de escombros, es una de las peores soluciones posibles, además de un delito medioambiental, y un riesgo gravísimo para la salud de los ciudadanos. Hay muchísimas preguntas, ninguna respuesta.

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Melilla, ciudad de bidones


                                      Nueva política de aguas en Melilla

          En la ciudad de las maravillas modernistas, pasa desapercibida la presencia de los bidones de almacenamiento de agua en las azoteas, sobre el altillo de las escaleras, y generalmente apoyados sobre sobre vigas de acero u otras estructuras. En la ciudad vieja todas las casa tenía aljibes,  sistema de almacenamiento de agua avalado  por 5000 años de experiencia. Con la expansión de la ciudad a principios del siglo XX, el bidón de agua en la azotea supuso uno de los mayores avances conocidos, pues se instalaba uno por vivienda, con entre 200 y 500 litros de capacidad.

            Melilla es la última ciudad de España en tener agua corriente las 24 horas del día, algo que llegó en los inicios del presente siglo, con la construcción del pantano de Las Adelfas, que se abastece de agua de la planta saladora. Esto no varió la situación de almacenamiento, porque en muchas casas los bidones de agua siguen activos, solo que ahora se rellenan de modo constante. Hasta ese momento, que nos igualó a las ciudades romanas del siglo I, los melillenses solo podían gastar agua entre las 8 de la mañana y las tres de la tarde. Los bidones están presentes en todos los barrios de la ciudad, y en todos las casas anteriores a 1970. Quienes los han padecido saben lo que son: escasez de agua y falta de presión.

             Incapaces de prever el aumento de la población y por tanto del consumo de agua, los actuales gestores de la ciudad ya solo ofrecen recortes en el suministro de agua y en la presión de la misma. No los imaginamos dirigiendo grandes urbes como Madrid, Barcelona, Málaga, Sevilla. Gestionar no es solo atender al presente, sino también prever el futuro de una ciudad.

             Así pues el pasado sigue siendo el presente en nuestra ciudad,  en forma de bidones, que no se ven en ninguna ciudad europea. Constituyen una reliquia de la que parece no hay manera de deshacerse, al menos en los barrio antiguos de la ciudad, aunque siempre es preferible esa situación, que la ausencia de agua en las viviendas, como sucede en otros barrios, en donde no hay bidones ni aljibes.

            En su modestia, junto a otros artefactos de la modernidad, como antenas de televisión o compresores del  aire acondicionado, los bidones siguen prestando el uso para el que fueron concebidos. A partir de ahora les prestaremos atención, en un nuevo espacio que vamos a crear, un espacio real, al que denominaremos como «Ciudad de bidones», sin otras rimas posibles, ni segundos significados.

Melilla hace aguas


             El pasado viernes, en unas declaraciones improvisadas junto a la destartalada e «inaccesible» fachada del Ayuntamiento, oí decir al Consejero de Medio Ambiente esta frase, mientras caminaba por la acera: «La realidad es que no hay agua para todos». En Melilla no hay nada para todos, ni deporte para todos, ni piscina para todos, ni aparcamientos para todos, ni empleos o viviendas para todos. La ciudad nunca ha estado tan deteriorada, con una sensación tan completa de abandono y de ausencia de una gestión eficaz, o siquiera de gestión. Las mismas caras, los mismos nombres desde hace 18 años, en una endogamia política como nunca se había dado antes. Desidia, abandono, dejadez, falta de ideas, pero sobre todo de motivación. También, porque es otra sensación que existe en las calles, es la falta de una alternativa clara y contundente, a una forma de gobernar, que empieza a parecerse ya a una condena (17 años y un día). Es una etapa política, que carece de la posibilidad de renovación; y a la que nada que conozcamos parece tener la capacidad suficiente, como para ponerle su necesario fin.

                                           La ciudad sin agua

               En la parte antigua de la ciudad sigue vigente el recuerdo de un pasado más cercano de lo que parece, los bidones de almacenamiento de agua, porque en esa Melilla de la caverna franquista solo había agua corriente entre las 8 de la mañana y las 3 de la tarde. A partir del mediodía había que economizar el agua, fregar lo justo y ducharse rápido, si no se quería quedarse sin agua, algo que ocurría a menudo; y sobre todo cuando el vecino que había sido menos previsor, levantaba la tapa, metía el cubo y te robaba agua del bidón. Los más sofisticados traspasaban el agua metiendo una manguera y succionando el aire.

                Todas las casas de nueva construcción tienen un aljibe en los sótanos, con sus correspondientes motores de extracción, porque el agua en Melilla no tiene presión. No es un problema de ahora. Esos aljibes evitaban quedarse sin agua, pero el mantenimiento de los motores suponen un considerable gasto  a las comunidades. La realidad es que la ciudad no tiene agua corriente al modo europeo. Tenemos agua con sistemas creados hace 5.000 años. Los aljibes en el subsuelo de los edificios tienen que ser higienizados anualmente. Nada de eso se ve o disfruta en Europa.

          Al principio de la gestión eterna, echaban la culpa a las fugas de agua. Luchaban contra la propia naturaleza del agua, porque ésta siempre tiene a fugarse. Las grandes pérdidas de agua se producen cuando les explotan las tuberías de conducción, incluso las recientes. Así pues hay que buscar un nuevo culpable, este vez es la ciudadanía en general, a la que responsabilizan del exceso de consumo.

         Autocríticas las precisas, como diría un ministro. Conceptos como ineficacia, incompetencia, incapacidad para gestionar el servicio de aguas, o buscar esos posibles consumos disparatados, o el rellenado de piscinas ilegales no entra en sus carteras de eficacia. Como máximo una nueva campaña publicitaria de concienciación sobre el gasto y consumo de agua, que costará un buen dinero, y que nutrirán las faltriqueras de los empresarios de la comunicación.