El pasado viernes, en unas declaraciones improvisadas junto a la destartalada e «inaccesible» fachada del Ayuntamiento, oí decir al Consejero de Medio Ambiente esta frase, mientras caminaba por la acera: «La realidad es que no hay agua para todos». En Melilla no hay nada para todos, ni deporte para todos, ni piscina para todos, ni aparcamientos para todos, ni empleos o viviendas para todos. La ciudad nunca ha estado tan deteriorada, con una sensación tan completa de abandono y de ausencia de una gestión eficaz, o siquiera de gestión. Las mismas caras, los mismos nombres desde hace 18 años, en una endogamia política como nunca se había dado antes. Desidia, abandono, dejadez, falta de ideas, pero sobre todo de motivación. También, porque es otra sensación que existe en las calles, es la falta de una alternativa clara y contundente, a una forma de gobernar, que empieza a parecerse ya a una condena (17 años y un día). Es una etapa política, que carece de la posibilidad de renovación; y a la que nada que conozcamos parece tener la capacidad suficiente, como para ponerle su necesario fin.
La ciudad sin agua
En la parte antigua de la ciudad sigue vigente el recuerdo de un pasado más cercano de lo que parece, los bidones de almacenamiento de agua, porque en esa Melilla de la caverna franquista solo había agua corriente entre las 8 de la mañana y las 3 de la tarde. A partir del mediodía había que economizar el agua, fregar lo justo y ducharse rápido, si no se quería quedarse sin agua, algo que ocurría a menudo; y sobre todo cuando el vecino que había sido menos previsor, levantaba la tapa, metía el cubo y te robaba agua del bidón. Los más sofisticados traspasaban el agua metiendo una manguera y succionando el aire.
Todas las casas de nueva construcción tienen un aljibe en los sótanos, con sus correspondientes motores de extracción, porque el agua en Melilla no tiene presión. No es un problema de ahora. Esos aljibes evitaban quedarse sin agua, pero el mantenimiento de los motores suponen un considerable gasto a las comunidades. La realidad es que la ciudad no tiene agua corriente al modo europeo. Tenemos agua con sistemas creados hace 5.000 años. Los aljibes en el subsuelo de los edificios tienen que ser higienizados anualmente. Nada de eso se ve o disfruta en Europa.
Al principio de la gestión eterna, echaban la culpa a las fugas de agua. Luchaban contra la propia naturaleza del agua, porque ésta siempre tiene a fugarse. Las grandes pérdidas de agua se producen cuando les explotan las tuberías de conducción, incluso las recientes. Así pues hay que buscar un nuevo culpable, este vez es la ciudadanía en general, a la que responsabilizan del exceso de consumo.
Autocríticas las precisas, como diría un ministro. Conceptos como ineficacia, incompetencia, incapacidad para gestionar el servicio de aguas, o buscar esos posibles consumos disparatados, o el rellenado de piscinas ilegales no entra en sus carteras de eficacia. Como máximo una nueva campaña publicitaria de concienciación sobre el gasto y consumo de agua, que costará un buen dinero, y que nutrirán las faltriqueras de los empresarios de la comunicación.