En la tarde noche del 28 de mayo de 1453, Constantino XI paleólogo, convocó al pueblo, a los defensores, a los nobles y a todo el clero en el majestuoso tempo de Santa Sofía, no llamado así por invocación a una determinada santa, sino en honor de la sagrada o santa sabiduría; a la que sería la última misa como catedral cristiana, del templo religioso más portentoso de toda la cristiandad.
El escritor Stefan Zweig, selecciona y narra la caída de Constantinopla, entre los 14 episodios de su libro Momentos estelares de la Humanidad. Al otro lado de los ya deteriorados muros de Teodosio, espera el inmenso ejercito del sultán otomano Mehmet II, preparado para la conquista más famosa de toda la historia humana, la que separa la Edad Media del Renacimiento, aunque estos límites sean arbitrarios.
La última liturgia de la ciudad de Constantino, de la ciudad consagrada a la virgen María, duro hasta la madrugada del día siguiente, el 29, que marca el colapso final del imperio bizantino, con la pérdida de su más preciada ciudad, y su definitiva desaparición en la historia.
La gran catedral de Santa Sofía permaneció iluminada por miles de lámparas y velas a lo largo de toda la tarde-noche, envuelta en el denso aroma del incienso, acompañados con el sonido de miles de plegarias y y de los hipnóticos cantos bizantinos, en espera de un socorro que nunca llegó. Europa, el Papado, la Gran Venecia, sus aliados balcánicos, miraron hacia otro lado en la hora final, en una conjunción de desinterés, que aún hoy resulta incomprensible, porque la petición de socorro de Constantino XI fue muy clara, es más, llegó a realizar el gesto al que tenían más aversión los griegos, el del reconocimiento por parte de Constantinopla, de la primacía del obispo de Roma, o sea, el Papa. Sin embargo, Roma, siempre recelosa, no creyó en este gesto y dejó caer la ciudad, hermana en la fe de Cristo, pero que también era su mayor rival.
Hubo grandes héroes en la defensa final de Constantinopla, pero que no han pasado a la historia, porque hasta los cronistas sucumbieron en la defensa de la ciudad. En el amanecer del día 29 de mayo ya quedó claro que no habría milagro, ni tampoco socorro. Cuando las tropas de élite llegaron hasta la gran catedral de Santa Sofía, seguía abarrotada de gente. La orden, eso sí, era no tocar una sola baldosa de la gran basílica bizantina (bajo pena de la vida) que fuera la luz del mundo durante las tinieblas de la Edad Media.
Una a una fueron siendo ocupadas todas las iglesias, monasterios y casas de Constantinopla, que sufrieron un duro proceso de saqueo y destrucción. Dicen que Mehmet II, ya declarado como fatih (conquistador) exclamó: «Pobre ciudad que hemos entregado al pillaje y la destrucción»¹. Con el tiempo, Mehmet II reconstruyó la ciudad, sus monasterios e iglesias, pero bajo la nueva condición de mezquitas. Gran parte del legado bizantino sigue presente en Estambul, bajo la forma de patrimonio cultural.
La cuestión de Constantinopla es importantísima y seguirá viva hasta el fin de los tiempos, sobre todo para la iglesia católica y su pretensión de unidad. La Iglesia ortodoxa de Grecia difícilmente perdonará a Roma la caída de la que considera su capital espiritual en 1453, y la omisión de la ayuda solicitada, pese a que se cumplió lo exigido por Roma. Sin embargo, pese a la traumática y definitiva desaparición de la capital bizantina, existe otro saqueo que los ortodoxos griegos no olvidarán jamás, mucho más bárbaro que el final, el de 1204, y que sí contó con cronistas. Constantinopla fue saqueada de modo inmisericorde por los soldados papales de la IV Cruzada.
Nota: ¹La Caída de Constantinopla, Sir Steven Runciman.