Escribir exige libertad y a la vez implica servidumbres, porque no siempre se vive lo que se quiere, ni se consigue aquello que se anhela. La vida está llena de antítesis y de opuestos, entre los que a menudo hay que escoger.
Aunque había leído cosas, nunca me había adentrado con profundidad en la poesía de Encarna León. La encontré en la pasada Feria del Libro y mantuve con ella una breve pero productiva charla, en la que me indicó que la edición de su obra entre 1984 y 2010, casi su obra completa, El Color de Los Ritos, contaba con un estudio introductorio de mi admirado profesor de Literatura José Luis Fernández de La Torre.
Encarna León y mi profesor de literatura del Instituto. No podía concebir una tentación mayor, a la que sucumbí de modo casi instantáneo. Compre el libro y me lo firmó su autora. Lo primero que me vino a la cabeza es que el que fuera director provincial de Cultura en Melilla, entre el final de la década de 1980 y principios de 1990, no le dedica un estudio introductorio a cualquier obra. Hasta ahora, y que yo sepa, solo lo ha hecho con Miguel Fernández, un grande de la poesía contemporánea española.
Recreando un tiempo
«El mundo cantado» es el título que Fernández de La Torre escoge para dar forma a su soberbia introducción, en donde muestra su erudición, y su conocimiento casi completo sobre la literatura en castellano. Sin embargo, y sin enmendarle la plana al que todavía considero mi profesor, aunque también sea amigo, creo que le sería más ajustado el de «recreando un tiempo», porque Encarna León recrea el tiempo en el que convivió entre los grandes, con cimeras cumbres como el aludido Miguel Fernández, y la académica Carmen Conde, ambos equiparados con la titularidad de un centro educativo, dedicados a la pervivencia de sus nombres y de su obra. Además, Encarna León recrea el tiempo en que convivió literariamente con Jacinto López Gorgé, Pío Gómez Nisa, Juan Guerrero Zamora y Antonio Abad.
Para describir a Encarna León, Fernández de la Torre se lanza sin solución de continuidad a la búsqueda de sus influencias, entre las que destaca por encima de cualquier otra la del poeta, la de amigo, la del maestro e introductor, Miguel Fernández, del que su obra está completamente atravesada o transida. También señala, de modo original, las dedicatorias de sus libros, en las que está presente en sus primeras creaciones el poeta Walt Whitman, continuando luego con Luis Cernuda, Pedro Salinas, para volver definitivamente a ese padre literario que es Miguel Fernández, y del que no puede separarse. Su obra deriva de aquella, a la que está indisolublemente unida.
De esos grandes maestros, toma muy grandes influencias y recursos, que despliega en una panoplia de imágenes literarias, descripciones, en las que intenta poner color y sonido a sus vivencias, emociones y recuerdos. Es una poetisa del «yo», en lo que tiene de racional y de irracional a la vez. Intenta describirse y explicarse a sí misma a través de imágenes escritas, a la vez que muestra esa parte de su espíritu a los demás, sin desvelarse demasiado, porque es a su vez, una autora muy intimista.
Artificios de otoño
El irreversible otoño alcanza a cualquiera. No vale revelarse contra la muerte, o hacer preguntas sobre la irreversibilidad del paso del tiempo. El otoño llega y nos va dejando solos. «Este contemplarse por encima de los cotidiano es la necesidad de escribir, de re-presentar, de sobrevivir al instante de lo vulgar o, de manera más abstracta, de la desdicha, ese ámbito en el que ahora no hay lugar para el elogio, excepto la empatía con el propio yo», dice Fernández de la Torre.
En la dura faz del existencialismo no cabe la transcendencia. No hay más allá. Quedamos abocados al eterno presente con un pasado que se va alargando y haciendo más lenta la vida, más pesada. No hay un puente hacia la mística. Se nota en ambos, introductor y autora la carga existencialista, pese a un intento de incursión en la poesía religiosa, que coincide con su lectura del Pregón de Semana Santa en 2003. En este caso, es una poesía dirigida hacia las imágenes, que no transciende.
Representaré siempre a Jose Luis Fernández de la Torre entre las densas humaradas de Benson & Hedges, con los dedos metidos en el cabello, mirando de soslayo, y diciendo: Sr. Delgado, ¿qué tiene que decir del Siglo de Oro español?. Pues esto mismo.
Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.