El juez Falcone, un año más


   Los aniversarios se diluyen, se oscurecen. Han pasado ya 32 años de su asesinato por la  Mafia en Palermo, el 23 de mayo de 1992, y 13 desde que empezáramos a recordarlo en El Alminar. Su nombre está unido de modo indeleble al de Paolo Borsellino, también juez, además de compañero y amigo, asesinado igualmente el 19 de julio del mismo año.

   Las actividades mafiosas, las prácticas corruptas,  se extienden y asientan en cualquier parte, sin que el poder político tome medida efectivas para limitar su actividad.  El mayor triunfo de la mafia, en sus diversas variantes,  al igual que el diablo, es convencernos de que no existe. En raras ocasiones vemos a representantes del poder político condenados por prácticas corruptas,  pese a las decenas de casos que se abren cada mes, desde pequeños ayuntamientos hasta los gobiernos nacionales y autonómicos.

  La dificultad estriba en que no hay leyes específicas, ni juzgados, dedicados sólo a este tipo de delitos.  Lo que investigan los agentes policiales, acaban en juzgados de turno, mucho menos formados que los que los abogados especialistas. Como decía Giovanni Falcone: «La Cosa Nostra no expide recibos de cotizaciones,  ni elabora listas de adheridos a su causa», pero existe,  tiene normas y son universalmente conocidas.

  Cada año repasamos el libro de conversaciones con Marcelle Padovani, es como un pequeño evangelio (noticia) de la defensa del Estado frente al crimen organizado,  cada vez más próximo a la actividad política. La lucha contra esta actividad delictiva organizada, exige la implicación del Estado, como decía el propio Falcone: «El método anticrimen con el que sueño implica la profesionalidad de los investigadores y su especialización; la concentración de esfuerzos en determinados procesos, en detrimento de otros,  dejados deliberadamente dejados de lado con el convencimiento de que, son menos importantes. La creación de estrategias centralizadas,  la responsabilización del ministerio público.

  Ha pasado mucho tiempo. La batalla contra la corrupción está muy lejos de ganarse. También la percepción de la corrupción y hoy en día ya casi nadie identifica ciertas prácticas con ella. Por eso las vemos repetirse tanto, y lo que es peor,  quedar impunes por defectos de forma, sobreseimientos, anulación  de pruebas, o cualquier otra circunstancia legal.  El mal se banaliza demasiado.