El viento de levante, pero en total calma, presidió este año la noche de San Juan. El levante era el viento que no le gustaba al almirante de la Mar Océana, y fue la objeción que puso para desistir de la conquista de Melilla, cuando fue consultado sobre ello.
Todo empezó este año con rigurosa puntualidad, a las 00h 00´, como mandan los cánones y tras la llegada del presidente de la Ciudad. Una vistosa traca se acercó hasta la representación de los dioses antiguos que gobernaban los elementos; aire, agua, tierra y fuego. Todo ardió demasiado rápido, pero es que también había muy poco que quemar. Los años de austeridad han ejercido su efecto también sobre la imaginación. La bola de fuego se apoderó de toda la figura, envolviéndola y devorándola sin tregua. El fuego se alimenta de todo lo que está a su alrededor. Cualquier cosa que esté a su alcance es devorada por las llamas.
Sin aire, sin vendavales, sin humedad, sin nada que alterase el trabajo de las llamas y de los artificieros, el fuego hizo su trabajo sin necesidad de que interviniesen los bomberos. La consunción de la figura oficial, llegaron los fuegos artificiales, que este año fueron muy vistosos. Pero como su propio nombre indican, fueron efímeros. Esta es una máxima de la vida. Las llamas seguirán atrayendo siempre a la humanidad. Sus figuras son siempre atractivas y cambiantes.
Nada seríamos sin el fuego, siempre presente en la naturaleza. El uso, el dominio y la producción del fuego, fue lo que nos permitió llegar hasta el lugar en donde estamos. El fuego tiene su liturgia, y sus servidores. No faltó ni siquiera la aparición de la Luna.



