En busca de Girolamo (Jerónimo) Savonarola


Tragedia y fuego en Florencia (1498)

Enrique Delgado

La página oficial del Vaticano ofrece «cero» resultados públicos sobre Girolamo Savonarola. En Florencia las guías oficiales llevan al convento de San Marco, pero no a Savonarola. En la Galería Ulfizi no está su retrato, pese a que era el prior del convento, y que fue gobernador de la república popular de Florencia tras la expulsión de los Medici en 1494. Su incompatibilidad con la familia más poderosa de lla ciudad era total.

Atacó sin templanza ni mesura alguna, a dos pontífices corruptos, Inocencio VIII y Alejandro VI Borgia, y persiguió todos «los pecados que asolaban Florencia», y que coincidían con los últimos 5 mandamientos, sobre todo del sexto en adelante. En una época difícil y violenta, llena de guerras y con un temor real a «las llamas del infierno», el predicador dominico tenía el campo abonado. La peste, las plagas, las necesidades y las enfermedades (sífilis) asolaban al común de la población, lo que se asociaba a castigos divinos por culpa de la iniquidad. El Nuevo Mundo ya había sido descubierto, pero todavía no era una realidad común. En muchos aspectos, la Tierra, o al menos Europa, era todavía plana.

El problema con Savonarola, como dice Marco Pellegrini en su trabajo sobre el predicador, es que «la falacia de la certeza human es una carga que llevaba consigo desde una edad temprana1«. La certeza rígida o su pretensión, conducen casi inevitablemente al error. La corrupción, ya en la proximidad del 1500, era universal. Sin embargo, las predicaciones de Savonarola, su célebre hoguera de las vanidades, que ardía el año entero en la plaza de La Señoría (Signoria), no libró a los florentinos de sus problemas, aunque sí de los Medici, pero solo por un periodo muy corto. Fueron repuestos en su dominio con la ayuda del rey español y emperador CarlosV.

Excomunión y asalto al convento de San Marco

En el Poder nada es inocente, esto está claro desde siempre, y tampoco es lugar para «almas cándidas». Era algo que sabía Savonarola y que le impidió frenar. Pese al carácter corrupto del Papa Borgia, queda la duda sobre sus intentos de reducir por la vía de la diplomacia a Fray Girolamo: bién tentándolo con el nombramiento cardenalicio o recluyendo y reduciendo sus predicaciones a la iglesia conventual. Sin embargo, la asistencia a sus sermones era cada vez mayor, y también el dominico tuvo la osadía de acercarse a la catedral de Santa María del Fiore y atacar desde allí al Papa y a la Sede Apostólica, a la que calificaba como «la Babilonia de todos los vicios«, que también era cierto. El asunto es que no tenía una alternativa, y que en aquella época, Roma era enormemente poderosa.

Es excomulgado el 13 de mayo de 1497 y declarado oficialmente hereje. Los movimientos y las intrigas políticas se suceden sin cesar. La multitud y los soldados del Gobierno de Florencia cerca el convento el 7 de abril de 1498, siendo finalmente asaltado en la noche del día 8. Son arrestados fray Girolamo Savonarola, fray Domenico Buonvicini y fray Silvestro Maruffi. El Papa Alejandro VI emite una bula especial para que puedan ser torturados. Todos será quemados (arso o brusciato) en la plaza de La Signoria el día 23 de mayo de 1498.

Cuatro siglos de olvido absoluto

Convertirlos en ceniza y nada. Fueron quemados hasta tres veces y arrojados al río Arno, para que jamás existiera reliquia o recuerdo alguno suyo. Solo 400 años después se pudo instalar una placa del hecho en la plaza principal de Florencia. Los monjes dominicos escondieron durante más de ese tiempo, las pocas pertenencias personales, que hoy puede verse en el convento de San Marco, fuertemente custodiadas y con la menor publicidad posible.

Una placa, enfrente de la fuente de Neptuno, sobre la que todo el mundo pasa y pisa sin la menor consideración ni atención. Nada indica que está allí. Solo algunos se percatan y leen, sin entender qué es lo que conmemora o quién fue Savonarola. Hay quien va a buscarla, pero nada más.

La hoguera de las vanidades


Savonarola frente a Los Medici y los Borgia

Girolamo Savonarola (1452-1498) fue un monje dominico excesivo, pero también es verdad que compartió espacio y tiempo con los Medicci en Florencia, que se adueñaron de la ciudad y la convirtieron en una caja de resonancia de sus ambiciones y en objeto de todos los excesos posibles en la práctica del Poder. Cuando la inmoralidad política se adueña de una urbe, de un territorio o incluso de un país entero, ya no se le puede exigir nada a nadie, porque no hay ejemplos  de los que valerse. Cualquier límite queda rebasado y en ausencia total de respeto, porque ya nadie ve referentes respetables.

Savonarola tenía enfrente a dos poderosos excesivos: Lorenzo el Magnífico y  Alejandro VI, más conocido como el Papa Borgia, que hacían y deshacían a su antojo, uno en Florencia y el otro en Roma. Se equivocó y mucho fray Girolamo Savonarola, pero los otros, a los que denunciaba, eran el error del Poder en estado puro. Maquiavelo lo calificará como «el profeta desarmado» y le reprochará no haber sabido construir nada perdurable.

Como demostrara Maquiavelo, el poder solo tiene como objetivo el poder mismo y su conservación. No tiene escrúpulos ni conciencia. El código ético del poder es distinto que el del resto de los mortales. Para el que ejerce el poder absoluto, mentir, no cumplir la promesas, no es algo por lo que se deba sentir vergüenza.

La realidad es que estar parte del Poder es fácil, el viento siempre sopla detrás. Cautivarse por la magnificencia del Poder y de su esplendor es más fácil aún. Lo difícil es estar frente a él, y denunciarlo. Es muy raro el caso de aquel que se enfrenta a un poderoso y vence, y como la historia siempre mandan escribirla los vencedores, sólo encontramos los ejemplos de sus magnificencias y virtudes. Conocemos un caso de alguien que venció, pero después de muerta, y es la doncella de Orleans, Juana de Arco, quien pago con su vida su victoria futura.

El caso es que Nicolás Maquiavelo estaba seducido por la magnificencia de los Medici, en concreto de Lorenzo el Magnífico, a quién dedicó su libro de El Príncipe. Al Magnífico solo le derrotó la muerte. Como escribiera Lidia Falcón en su libro: Los hijos de los vencidos, una dictadura de 40 años, en la que el dictador muere en la cama, no solo vence, sino que también convence, por eso es tan difícil abatir su memoria. Stalin o Mao y tanto y tantos dictadores invictos, siguen teniendo sus partidarios, pese a las evidencias en contra.

Savonarola frente a Maquiavelo

Maquiavelo diseccionó la naturaleza del Poder y la manera en que este deben ser conservado. Savonarola se situó frente al Poder y acabó cayendo en los mismos excesos que denunciaba. En sus célebres hogueras de la vanidades, invitó a todos los ciudadanos de Florencia a deshacer de todo aquello que era superfluo, pero la consecuencia fue que los pobres se deshicieron de sus pocos bienes y los poderosos conservaron los suyos. Al final no consiguió subvertir el orden social imperante y la gente se cansó de no ver resultados y le abandono. El enfrentamiento directo con el poderoso es suicida si se lleva a cabo sin otro objetivo que ese. Por muy atractivo que resulte un individuo, o por muy grande que sea su poder de convocatoria, caso de Girolamo Savonarola, nada tiene que hacer frente al Poder. Se deben denunciar siempre los excesos en la práctica del Poder, pero no enfrentarse de modo directo a los poderosos. Sin apoyos no se llega a ningún sitio y a veces tampoco con ellos.

Siempre me ha interesado el modo en que se ejerce el poder absoluto. La mayoría absoluta es en definitiva Poder absoluto, aquello que tanto atraía a Maquiavelo. A cierta forma de ejercer el Poder se la reconoce desde el principio, y otros solo se reconocen en su parte final, cuando el poder absoluto se degrada y descompone. En el año 2001, escribí esta artículo, en forma de parábola en El Telegrama de Melilla. Quizá ahora se entienda mucho mejor que entonces, y esto, la necesidad de las parábolas, también lo habíamos explicado: https://elalminardemelilla.com/2013/07/31/el-por-que-de-hablar-en-parabolas/.

En definitiva, la principal hoguera de la vanidad es el tiempo. Esa es la lección que no llegó a comprender Savonarola.