




Importan, o deben importar, todos los muertos. No se debe olvidar a nadie. La ciudad de Melilla, a lo largo del siglo XX, desencadenó tres acontecimientos devastadores para el conjunto del país, siempre en el mes de julio. Sin embargo, solo dos de ellos tienen impacto, eco, y reflejo en el cementerio de la ciudad.
En julio de 1909, el Ejército de España, con el general Guillermo Pintos al frente, se intentaba en la hendidura que divide el monte Gurugú. Iniciaron el camino desde la llanura de Beni Enzar. Desde las alturas, viendo toda la maniobra, les esperaba Ouchen, el lobo, señor o caid del barranco que lleva su nombre. Barranco del lobo- Ouchen. Lo siguiente fue la conmoción nacional, la crisis política y la negativa de «los quintos» a una nueva recluta forzosa, en Barcelona. Se estaba iniciando la Semana Trágica, un nombre propio en nuestra historia.
Poco más de una década después, en 1921, estallará la mayor crisis social y política sufrida por la España contemporánea, la hecatombe de Annual. 10.000 soldados perdidos, el Ejército Oriental al completo, en el espacio de una semana. No solo no sobrevivieron los solados, tampoco el país resistió una tragedia de ese calibre. Biografías políticas y militares se acabaron en aquel aciago mes, otro julio más. Miles de madres perdieron a sus hijos en una situación e incursión absurda, que desbordó los planes autorizados.
El sobrio panteón de Margallo y el siempre espectacular y sobrecogedor de Los Caídos de África, que recoge y da sepultura inmortal a «los masacrados de Monte Arruit», esperan siempre en silencio a los visitantes. Ambos monumentos «imponen» mucho al visitante. En los muros, decenas de placas albergan historias y nombres de los allí enterrados, y que también explican lo sucedido.
Hemos visitado ambos lugares en soledad y completo silencio, cuando ya se habían apagado los ecos de los homenajes oficiales. Los muertos yacen ya en paz absoluta.
Pero, siempre lo hay, hay un tercer acontecimiento que tiene como protagonista a Melilla, y del que no existe un solo lugar conmemorativo, pese a que los efectos y consecuencias alcanzan al presente, a ese mismo presente en el que escribimos estas líneas. No referimos a la rebelión militar de Julio de 1936. Hay que recorrer el cementerio, acompañado de guías, para encontrar las tumbas de algunos de sus protagonistas y a la vez víctimas. Pero en realidad no hay nada, ni la más mínima mención. Todo está desperdigado e inconexos. Por eso decimos que importan «todos los muertos», su recuerdo y vigencia. Es la principal deuda de este cementerio.
Para «todos ellos», nuestro sincero y eterno recuerdo y nuestras oraciones. Que en Paz y Recuerdo Descansen.