




La clase, y decimos clase en el concepto marxista del término, no solo quiere parecer honesta, sino también serlo. Parecerlo, depende de los medios de comunicación afines; serlo, de ellos mismos. La clase política española es «la verdadera generación de cristal», al menos la actual. No soportan las críticas. En cuanto se dice lo más mínimo, llegan las lamentaciones y el victimismo y la obsesión con las campañas difamatorias.
Si hubiesen tenido a Tácito o Suetonio encima, ninguna estaría muy lejos de Nerón, Tibero o de Calígula, en cuanto a imagen pública.
Nunca ha habido en la historia historiadores más parciales, más de partido, y los estudiamos como a clásicos. ¿Por qué? Pues porque a los políticos hay que enfrentarlos a la realidad que ellos promueven. No puede prometerse una cosa, hacer lo contrario y luego pretender salir indemnes. Una biografía justa pero implacable, es a lo que debe aspirar cualquiera que se dedique a la política. El rigor debe ser mayor conforme más alto se está en la escalera del Estado. Augusto paso a la historia como modelo de gobernante y fundador del Imperio por sus hechos, y no por sus dichos. En realidad fue el enterrador de la República romana, aunque se proclamara su custodio. Toda una obra de magia política, en la que contó con la ayuda inestimable de su esposa, Livia Drusila.
Demóstenes dedicó media vida a hundir la fama de Filipo II. Cicerón abrasó públicamente la carrera política de Lucio Sergio Catilina y sus modos dictatoriales, para el resto de la historia de humana. Catón el Censor, se enfrentó sin tregua a la élite política de Roma, representada por la familia de los Escipiones. Aguantar durante años, que cualquier discurso parlamentario acabase con la frase «Cartago esse delemdam» (Cartago debe ser destruida), no está a la altura de la política actual. Esa célebre frase puede considerarse la versión salvaje del «váyase señor González» de José Mª Aznar.
Todos lloraban, todos se lamentaban, remedando la frase de Salustio: Todos robaban, Todos saqueaban, el uno ambicionaba una casa, el otro unas tierras y la ambición llevó a muchos hombres a hacerse falsos. Tales son las costumbres, ser compasivos con los ladrones del erario público.