El tiempo no se detiene ante nada, ni la vida tampoco. La climatología avisa en todos los lugares del mundo. La Atlántida se sumergió bajo las aguas hace mucho. Cualquier obra humana, por muy grande que sea, es vulnerable ante los rigores del clima. Cuanto peor esté hecha una cosa, las consecuencias serán mayores. La diferencia de lo sucedido en el terremoto de Japón y el de Haití es notoria, este último país está hundido para muchos decenios y el primero sigue en pie. La naturaleza siempre se abre paso. Muchas de las consecuencias de las últimas inundaciones en el sur de España, se deben a haber habilitado antiguas ramblas fluviales como zonas habitables, o autorizar la construcción junto a los antiguos cauces. Cuando llegan las inundaciones nada resiste.
Cuanta ahora, que las tremendas consecuencias del terremoto de Lorca, se agravaron por la sobreexplotación de los acuíferos. Las ciudades se construyen encima, y aumenta el peso de la zona. Los acuíferos se secan y al final el suelo queda sustentado sobre inmensas bóvedas huecas, que ofrecen menos resistencia a las fracturas que provoca un terremoto. Cierto o no cierto, el caso es que cada vez con menos, pasa más. Poco se sabe todavía de las consecuencias que la acción humana está teniendo sobre el planeta, y cuando se sepa, ya será tarde. Algunos y no son pocos, y muy entendidos, niegan la realidad del cambio climático.
Esta tarde he caminado sobre las aguas, mejor, sobre aceras sumergidas. He visto el agua correr airosa sobre lo que eran sus antiguos cauces, los del barrio del Real. Calzadas anegadas, pasos rebajados para discapacitados convertidos en improvisados pantanos. Arquetas que no podían aliviar tanta agua. Lo de hoy solo era un pequeña prueba para nuestras renovadas infraestructuras urbanas. El decorado impermeabilizado del Parque Forestal, reparte el agua por todo el barrio del Real. Antaño ese suelo agrícola, absorbía toda el agua.