




La historia en el barranco de Cabrerizas (Enrique Delgado)
Cazadores, recolectores, nómadas o sedentarios. Durante miles de años la lucha por la supervivencia humana no admitía contemplaciones. Cualquier circunstancia imprevista podía significar la aniquilación individual o colectiva. El asalto a otro grupo o tribu debía ser un procedimiento habitual. Una característica que sorprende en los poblados humanos de la Edad del Bronce, es la gran envergadura de sus murallas de defensa y delimitación. Esa cronología aparece por primera vez en La Ciudad Antigua de Rusadir (1991), obra de Enrique Gozalbes Cravioto: «hace algunos años aparecieron en la barriada melillense de la Constitución restos de cabañas datables en la Edad del Bronce»(3000 AC.). Antes que él, también habían estudiado la zona y escrito sobre ella Paul Pallary, Angelo Ghirelli y Carlos Posac Mon. El eminente profesor Gozalbes reeditará la Prehistoria Norte Marroquí de Ghirelli, en edición del Archivo General de Ceuta en 2018, que se convertirá en su obra póstuma. Todos los autores y estudiosos coinciden en manifestar como evidente la presencia humana antecesora en el entorno del campo de Melilla, así como en la propia ciudad.
Sin embargo, esa evidente presencia coincide con la notable ausencia de restos, salvo las manofacturas de herramientas de silex, el gran material neolítico por excelencia. Solo una notoria presencia humana en la región melillense, explica el establecimiento de una factoría o colonia fenicia hacia el 1000 aC., siendo los primeros de los que dará cuenta la historia, pese a la ausencia de hallazgos significativos. Los fenicios son los inventores de comercio, pero ni escribían ni daban cuenta de sus rutas y localizaciones, para mantenerlas en secreto. ¿Qué cosas podían intercambiar con los nativos melillenses? No hay respuesta posible, según el profesor Gozalbes Cravioto. Podríamos especular con que podrían abastecerse de agua, abundante en la comarca, buscar refugio, productos alimenticios, dada la fertilidad de las tierras circundantes. Todo lo demás, el emplazamiento de Rusadir en el peñón calcáreo de Melilla la Vieja, o de las tribus circundantes no está seguro, salvo una zona, el poblado antiguo de Cabrerizas.
La ciudad y los cerros
Sin embargo, la orografía de la comarca, la tupida vegetación mediterránea, los cerros y los arroyos, favorecerían esa presencia humana, necesaria para el establecimiento del comercio. Al menos la zona de la Constitución, Camellos, San Lorenzo y Cabrerizas sí han aportado vestigios de asentamientos de población. La remoción del terreno por las necesidades de la guerra, y la construcción de líneas de ferrocarril modificaron todo el entorno hasta hacerlo irreconocible. Los hallazgos se iban sucediendo en modo paralelo a su destrucción y laminado. En varias ocasiones han aparecido enterramientos, incluso en los años inmediatamente anteriores, pero seguidos de su ocultación absoluta. No hay informes de datación de los mismos, o fotografías consultables . Supuestamente están en el Museo Arqueológico Nacional, pero no hay información disponible sobre los mismos.
Los cerros ofrecían dos cosas, la primera seguridad, la segunda vigilancia. Cualquier movimiento en el mar era inmediatamente detectado y la población podía esconderse de oleadas no amistosas. Cualquiera que suba a una de ellos y mire en dirección al mar, se dará cuenta de la imposibilidad de acercarse a Melilla sin ser detectado. Además, las formaciones calizas que conforman el territorio melillense ofrecían la posibilidad de ampliar y ocupar las oquedades naturales, que servían de refugio ocasional e incluso de habitat.
El Neolítico en Melilla
El profesor Enrique Gozalbes escribió el único libro sobre historia antigua de Melilla, y en él se lamenta sobre el poco interés en documentar un tiempo todavía desconocido, en la historia de la ciudad. Se trabaja sobre todo lo escrito con anterioridad, sin aportar hallazgos nuevos. Apenas hay nada sobre la parte que más interesa, la ciudad púnica, pero el vacío es enorme en todo los que puedea hacer referencia al «antecesor melillense», que está ahí desde el 4000 AC., sin arriesgarse demasiado. Un hacha de piedra, una lascas, algunas puntas de flechas, unos pocos utensilios y ya está.
Sin embargo, el barranco de Cabrerizas constituye la zona menos batida por la guerra y el urbanismo. Si se le recorre de abajo a arriba, sin mirar la obra moderna, podemos imaginar que vemos un panorama parecido al que vieran los nativos melillenses. Existe en el barranco un elemento fundamental, las cuevas neolíticas, excavadas a lo largo de los siglos. El tallado de las mismas albergan las pruebas de su factura y de su antigüedad. Aparte está la enorme cantidad de material disperso y a simple vista. Con una excavación científica, los datos surgirían por centenas. Incluso existen cuevas ocultas a la vista, y prácticamente sin alterar. Ya en época moderna, José María Tomassetti Guerra, publicó en 1996 un estudio sobre Las industrias líticas de Sidi Guariach, dentro del entorno de Melilla.
Un terreno abierto siempre descubre y muestra sus secretos. El antecesor está ahí, los restos de sus útiles labrado lo indican claramente y señalan en su dirección.