El 27 de enero de 1891, fallecía en Guadalajara, a los 80 años de edad, Sor Mª de los Dolores y Patrocinio, conocida en su tiempo como la monja de Las Llagas. En la muerte alcanzaba al fin el reposo que nadie le había concedido en vida. Ha pasado ya mucho tiempo, demasiado para poder acercarnos ya a su época, pero sí a las personas que la conocieron en vida, y que dejaron testimonios escritos sobre ella, o incluso muy próximos al tiempo de su fallecimiento, cuando su recuerdo estaba todavía sin apagar.
Hay fechas que se repiten de modo enigmático en una vida. Nació y murió un día 27. Murió en enero, en el mismo mes que nació a la vida en Cristo, o sea, que ingresó como novicia, en la comunidad del Caballero de Gracia. Nació en 1811, y murió en 1891. Ambas cifras empiezan y acaban en 1.
Nacimiento de la futura madre Patrocinio
María Josefa Dolores Anastasia de Quiroga Capopardo, nació el 27 de abril de 1811 en el pinar de San Clemente de La Mancha, siendo abandonada por su madre inmediatamente. Los padres huían por separado de la invasión francesa. La niña sobrevivió de modo milagroso, y a los tres días pasó por el lugar su propio padre, Diego de Quiroga, no sabemos si en su busca o de modo casual, como explica la cronista y secretaria personal, Sor María Isabel de Jesús. El caso es que unos llantos infantiles permitieron al padre encontrar a su hija recién nacida, que puso al cuidado de su abuela, Romana del Castillo. Este hecho tiene una difícil explicación, y sentará las bases de una tormentosa relación entre madre e hija. La pequeña Lolita, o Dolores, será la cenicienta de la familia, y su madre se convertirá en la malvada madrastra, que la atormentará hasta el final, aunque en su momento postrero, solicitará el perdón de su hija.
Ingreso en el convento y persecución de Olózaga
Tras la reposición en el Trono de España de Fernando VII, Diego de Quiroga, padre de «Dolores», recuperará su cargo de funcionario de Palacio, pero una muerte repentina dejó en desprotección casi total a la familia. Para una joven viuda con cinco hijos, la existencia se tornaba muy dura. La única posibilidad de mantener la posición social era un nuevo matrimonio o el de una de las hijas. Según las crónicas y fotos disponibles, Dolores era una mujer muy bien parecida y de mirada profunda y cautivadora por lo que la madre concibió para ella unas expectativas muy diferentes, de las que la propia niña manifestaba para sí misma.
Con tan solo 17 años, un 19 de enero de 1929, Dolores, apadrinada por la duquesa de Benavente, ingresó en el convento del Caballero de Gracia de Madrid, para profesar como novicia, con el nombre de María de los Dolores y Patrocinio. Dotada de una vida espiritual intensa y de gran inteligencia social y política, alcanzó pronto gran fama, tanto por la aparición de «llagas» en su cuerpo, en los mismos lugares que las de Cristo, como por lo atinado de sus profecías y consejos.
Con la notoriedad pública llegó la atención de la gente, con ella la de la Regente María Cristina y su hija Isabel, y con ellos, justo detrás, la obsesión del diablo, en este caso Salustiano de Olózaga, solo seis años mayor que ella. Era un hombre acostumbrado a conseguir todo, incluso por la fuerza. Se obsesionó con ella de manera enfermiza. Hombre de Estado, diputado, gobernador civil de Madrid, Liberal, intrigante, Presidente del Consejo de Ministros, implicado en uno de los sucesos más escabrosos de la política española, y del que los historiadores pasan de puntillas. No dudó en utilizar los poderes del Estado en su contra, en contra de una mujer a la que se acusó de absolutamente todo, incluso del intento de asesinato de Isabel II, a manos del sacerdote demente conocido como «el cura Merino«.
Hemos encontrado testimonios sobre su vida, libros y artículos de prensa. Testimonios poco conocidos, e incluso su propia obra, unos ejercicios espirituales a la Virgen del Olvido, Triunfo y Misericordia, de más de 600 páginas, en una edición personal pagada por la propia Reina Isabel (Reina y súbdita, amiga y confidente). Dos mujeres zarandeadas por el violento mundo de los hombres.
Si Salustiano Olózaga, político indigno donde los haya fue su particular demonio (empleamos los términos de la época), su hermano Juan Antonio Quiroga será su personal ángel de la guarda, que la defenderá en el Congreso de los Diputados, aunque nadie tendrá la capacidad de evitarle destierros y sufrimientos, ni siquiera la propia Reina, en un país y época dominada por los espadones: Espartero, Narváez y otros muchos. La propia hermana de la Reina Isabel II, Luisa Fernanda se convertirá en una de sus peores enemigas, junto con su marido, Antonio de Orleans, duques de Montepensier, instalados en Sevilla, ciudad a la que convirtieron en capital de la intriga política. Su vida y los acontecimientos que la rodearon, son un ejemplo de cómo se ha hecho la política en España.
Su nombre salió a la luz pública en 1835, cuando por orden del gobernador civil de Madrid, Salustiano Olózaga, y con el permiso del Ministro de Gracia y Justicia, la fuerza pública entró en su convento para arrestarla, bajo la supervisión del juez Modesto Alcazar. La orden era «curar a la fuerza» sus llagas en manos y pies y examinarlas. La prensa de la época se llenó de opiniones e interpretaciones del suceso. Hasta ese momento, su vida como monja solo era conocida en el ámbito eclesiástico y popular. A partir de ese momento todo fue de dominio público, en un país acostumbrado a usar la religión, ya sea a favor o en contra, como ariete político. Fue uno de los más grandes ejemplos de prevaricación administrativa y abuso de autoridad, por aprte del Estado, aunque ninguno de esos delitos no estaban contemplados entonces, por ser moneda común en el ejercicio político de aquellos tiempos.
Desde 1835 hasta su exilio en Francia en 1868, tras «La Revolución» (auspiciada entre otros por el propio Olózaga), y deposición del trono de Isabel II, su vida será un torbellino de destierros en el propio país, y bajo acusaciones de todo tipo. Unos la acusaban de nombrar ministros y otros querían usar su supuesta influencia sobre la Reina Isabel, que la propia monarca desmentirá en una carta fechada en 1904, unos meses antes de su muerte. En España, de muy poco sirve decir la verdad. Entre 1868 y 1877 permanecerá exiliada en Francia, en donde ya había estado desterrada entre e 1825 y 1853.
A Sor Mª de los Dolores y Patrocinio se la permitirá regresar en 1877, y ya permanecerá en el convento de Guadalajara hasta su fallecimiento en 1891. La Restauración Borbónica de 1875 aflojará la tensión en torno a La monja de las llagas, pero no con respecto a Isabell II que morirá en París. Sus influencia y vida religiosa desaparecerá del espacio público y sobre su nombre empezará a cubrirse con el manto del olvido.
En 1925, tras la muerte de la que fuera su secretaria personal, Sor Isabel de Jesús (la francesita), su recuerdo volverá a cobrar actualidad, al iniciarse su causa de beatificación, promovida desde la Diócesis Primada de España, la de Toledo. Un escritor laico, Benjamín Jarnés, realizará una excelente biografía en ese mismo año. El texto de Jarnés pretende ser una visión científica, leteraria y equilibrada sobre la persona de Sor Patrocinio, pero acabará cautivado por la potencia de su ejemplo y sobre todo, por la virulencia de las fuerzas que se aliaron en su contra.
La madre Isabel de Jesús lo escribió todo de modo claro y preciso, en una visión hagiográfica, pero de la que se extraen con facilidad la realidad de los hechos. Los biógrafos externos, como Jarnés, quedaron atemorizados y sorprendidos ante la revelación de algunos hechos, que llegan hasta uno de los asuntos más sórdidos y tenebrosos de la historia de España, el ya mencionado «incidente Olózaga».
Hay mucho más que contar y escribir, pero debe hacerse de modo ordenado. La puerta está ya abierta. El eco de lo sucedido está preservados por las silenciosas piedras del convento de Guadalajara, el de las Concepcionistas Franciscanas en el que reposa, y por otros sumidos en el silencio, como el del Real Sitio de San Ildefonso en Segovia.
Todo se ha mantenido a salvo, aguardando el tiempo de ser contado sin apasionamientos, sin prejuicios, retirando la hojarasca y la maleza con la que se ha cubierto su nombre y su vida, que se desarrolló en un siglo feroz. Aun así, hay que conducirse con cuidado, porque las fuerzas que la acecharon, tanto a favor como en su contra, permanecen aletargadas esperando el momento de volver a entrar en conflicto.