Las cuevas de Melilla


Regreso al neolítico bajo el Faro

¿Cuál es la cifra de la población no regularizada existente en Melilla? ¿Sigue afluyendo a la ciudad más población en esta situación? ¿Existen túneles y entradas de paso bajo la frontera, al igual que ocurre en otros lugares? Las entradas con salto a la valla son las más llamativas, las que concentran la atención inmediata de los informativos nacionales. Sin embargo, parece existir otro modo de acceso a la ciudad, no localizado aún, pero del que se habla en sectores entendidos. El año pasado (2020), en pleno cierre pandémico, atravesaron la frontera terrestre de Melilla casi 200 personas. ¿Son todos saltos a la valla? La llegada de inmigrantes ha descendido pero no se ha detenido.

Los bereberes fueron siempre grandes excavadores de túneles, allá en donde estuvieron. Se cuenta que Granada, la capital nazarí, estaba atravesada por túneles, en una compleja red de defensa y comunicación. Lo mismo sucedía en otras muchas ciudades de Al-Ándalus. En Melilla, y hasta la llegada de las civilizaciones, el sistema sería el mismo. Es un hecho que la formación calcárea sobre la que se asienta la ciudad favorece este tipo de habitáculos. Hay mucha cuevas bajo las casas en casi todos los barrios. Era un buen modo de esconderse ante la llegada de piratas, y también de mantener ocultas las posesiones familiares, frente a las presiones tributarias de los caídes de la zona, o de potencias invasoras. A este tipo de túneles se les sigue llamando «cuevas moras» hasta en Guadalajara o Ibiza.

El problema está ahí. Las personas sobreviven, pero en situaciones de insalubridad completa. Ocupan las mismas cuevas que se habitaran hace más de 10 siglos. Hay muchas más, y hay túneles excavados a partir de 1860, que pueden seguir estando operativos. La ciudad oculta parece tener unas dimensiones mayores de las que pensamos.

La pandemia ha detenido un descontrol de décadas, en las que la ciudad se iba llevando de población irregular. Ahora estamos los que somos, pero cada día unos poquitos más. La población ambulante no controlada, recorre la ciudad cada día, en busca de sustento, de algo de aseo, pero no es una forma de vivir aceptable. Es una realidad que no se puede obviar, pero que está bajo la lustrosa ciudad monumental.

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En mar hostil


 

                El peñasco rocoso frente al que se alzó la Melilla histórica y antigua servía de atalaya y de vigilancia frente a un mar hostil. La población habitaba y se refugiaba en los cerros cercanos antes de que los españoles o castellanos, se establecieran en «la roca» en 1497. Hubieron de pasar 400 años de penalidades y de larga noche, para que la población pudiera asentarse en el llano. El mar embravecido podía con todo y derrumbaba en sus arremetidas las murallas circundantes. Solo el peñón rocoso y sus cuevas ofrecían amparo frente a un entorno climatológico hostil. Tuvieron que pasar más de 4 siglos para que Melilla pudiera dominar el mar, que tantos destrozos causó en la ciudad. Un temporal tras otro, frente a una muralla líquida que era foso infranqueable, y también esperanza del socorro y del auxilio. Por ahí, entre las rocas desgastadas,  debajo del Faro de Melilla la Vieja, existe una puerta por la que se subían los suministros y se accedía a la salvación.

         En días así, los habitantes veían hundirse barcos, o darse media vuelta, y arruinarse sus esperanzas de un rápido auxilio. La violencia del agua y la corrosión de la sal, desmoronaban las piedras y abrasaba la vegetación. El peñón era solo lugar de vigilancia, atalaya e intercambio comercial, hasta la llegada de los castellanos. Una y otra vez fue abandonado. Vivir y mantenerse ahí, 4 siglos, resultó un infierno.