El Foso de los Carneros


 

             Unas letrinas centenarias, un arco enterrado, una vieja garita, pasadizos de galerías y algunos otros restos. Todo eso hay en el siempre enigmático Foso de los Carneros. Siempre intentan disuadir del mismo modo: «esto es una obra privada, el terreno es militar, no se puede pasar», pero da igual. Aunque solo sea hacer fotos, las normas del Área 51, el terreno acotado en donde nadie puede entrar, rigen en cualquier punto del perímetro.

                  Imaginemos una Melilla muy distinta, sobre una misma plataforma, la de los últimos años del siglo XV, la que vieron los soldados de Medina Sidonia. Una ciudad edificada sobre una misma plataforma, desde la muralla de la Florentina, hasta la Alcazaba. Los tres fosos (Santiago, Hornabeque y Carneros), que dividieron la Melilla en cuatro recintos están excavados a mano, a lo largo de dos siglos, con pico y pala. La inmensa obra se tragó cualquier vestigio de la ciudad original.

    Se reutilizaron los materiales (piedra, sillares, ladrillos), por eso aparecen dislocados en cualquier punto de las murallas. La caliza junto al ladrillo y en medio el asperón, o la piedra negra del Gurugú. La murallas se cayeron, derribaron o las hundieron los temporales y había que rehacerlas una y otra vez. Sin embargo, las piedras tienen memoria, y estén situadas en donde estén situadas, siempre hablan, para quien quiere escucharlas.

       Entre Rusadir, la colonia púnico-romana, y la Malila fundada por el Califato de Córdoba no hay continuidad histórica. El nexo de unión, como señalara el historiador Enrique Gozalbes Cravioto, es el elemento poblacional, o sea, los mauritanos. Es indudable que entre uno y otro periodo histórico, la población indígena habitó la zona, y el propio peñón rocoso, más grande y sin las discontinuidades actuales. Los fosos eran un elemento defensivo. En este foso existió una noria de la ciudad musulmana e incluso un potente manantial de época indeterminada, pero que ya conocían los romanos.

           Un buen colaborador de este blog, ya ausente, Corona 71, nos advertía de que no desveláramos ninguno de los secretos que alberga este foso, salvo los estrictamente históricos, que por otro lado es lo que hemos hecho siempre. Escribir acerca de Melilla y de su historia real. Es cierto que el terreno es de titularidad del Ministerio de Defensa, pero las fotos se pueden hacer desde cualquier lugar.

            El Alminar de Melilla recibe soplos, confidencias, sugerencias sobre lo que está sucediendo en un lugar u otro. Por ello, en un lugar lleno de historia, hemos acudido a desvelar aquello que ocultan para la historia de la ciudad. Hemos encontrado unas antiguas letrinas, una arco que arranca desde la tierra, la entrada a una de las galerías de minas, y algún que otro resto histórico de dudosa clasificación.  Una cosa sí podemos afirmar, y es que casi todo lo que está a la vista en la ciudad vieja, es de factura castellana, pero lo que está por debajo del suelo, como ese resto de arco, puede pertenecer a la etapa anterior de la ciudad, la del dominio califal. El ladrillo rojo es siempre sospechoso. Los reyes de este material de construcción fueron los romanos, bizantinos y árabes, por este orden.

 

Nota:https://elalminardemelilla.com/2012/01/05/el-cementerio-de-los-malditos/

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El Hornabeque


                  El Hornabeque es un foso defensivo de los recintos de la Melilla originaria, modificada por los castellanos para su defensa. Está excavado a mano, por debajo de la roca y separa los recintos segundo y tercero. Al otro lado del baluarte de San Fernando se encuentra el foso de los Carneros, en donde se enterraba a los apestados y a los muertos por traición o fiebres. La excavación del foso en el siglo XVII dejó a la vista dos de los muchos silos de almacenamiento de la ciudad musulmana. Todo está lleno de túneles y vías cubiertas de comunicación entre los recintos, para resguardarse del constante tiroteo de los rifeños sobre la ciudad de los castellanos, que soportó un largo asedio de cuatrocientos años.

                   El foso del Hornabeque fue el lugar de un suceso increíble,  de un intento de asalto a la ciudad, en la que un santón o morabito intentó invadir y adueñarse de la ciudad mediante un ardid o peregrinación de lugareños. Es lo que se conoce como «suceso del morabito». Los alcaides de Melilla se pasaron sus mandatos de reclamando albañiles, canteros, herreros y ladrillos. Las penalidades fueron muchas, como relata Rodríguez Puget en Crónicas de una fortificación: «El alcaide Bernabé Ramos de Miranda comunica el 26 de enero de 1690 el mal estado en el que se halla la guarnición, con 434 hombres de tomar armas, justos para cubrir la muralla y puestos sobresalientes. Por todo ello no hay gente suficiente para trabajar en las obras más precisas, y al no disponer de albañiles ni canteros están paradas las obras (hornabeque). Extraña el alcaide que los ministros de Málaga reclaman el mal albañil que enviaron, que ya se ha muerto, un herrero y dos canteros en un momento en el que hacen falta muchos». Melilla siempre estuvo en riesgo de perderse.

                                               Los restos del Belén

           Siempre es necesario contar un poco de historia para recordar en dónde nos encontramos y su contexto. El foso del Hornabeque fue rehabilitado hace unos años y se invirtió en él una suma importante de dinero. Actualmente se utiliza para dos eventos importantes y estables en la ciudad, el mercado medieval y el tradicional Belén de Navidad. Es precisamente de esta última celebración de donde proceden estos «restos históricos» que ahora pueden contemplarse; la fuente romana de mármol,  y los depósitos para el teñido de cuero de procedencia medieval.

                 Una cosa es decorar y ambientar una zona para circunstancias determinadas, con elementos móviles que puedan ser retirados sin problemas; y otra muy distinta dejar elementos anacrónicos fijos como estos dos. No solo no embellecen el lugar, sino que demuestran poco interés por él y su historia.

 

 

El cementerio de los malditos


           Melilla siempre tuvo necesidad de espacio, tanto para los vivos como para los muertos. Un primer cementerio estuvo en la calle San Miguel, junto a la entrada del Templo Patronal. en unas excavaciones de los años 90 del pasado siglo se encontraron algunos cráneos de niños. En las criptas de la Iglesia de La Concepción se calcula que puede haber enterradas unas 2000 personas. Hubo otros cementerios, como el antiguo de San Carlos.      

          Sin embargo, también había necesidad de enterrar a «los malditos», osea, a los convictos, a los renegados, a los suicidas, a los ajusticiados, e incluso a los enfermos de peste y otras enfermedades infecciosas. En definitiva, a todos aquellos que no podía recibir la sepultura en sagrado. Por ello, se habilitó el Foso de Los Carneros, un espacio diáfano que es propiedad del Ministerio de Defensa. Con cierta frecuencia se realizan allí ejercicios tácticos de comunicación del Ministerio de Defensa. Es un espacio cerrado al público, se trata del Área 51 del Ministerio de Defensa. Realmente allí no se puede entrar.

       El mayor enterramiento que se recuerda fue el de la gripe de los catarros, una enfermedad que en el siglo XVIII acabó con la vida de 200 personas. Todas fueron enterradas en esta explanada por temor a posibles contagios post mortem. No se sabe cuanta gente puede haber enterrada aquí debajo.