En la Compañía de Jesús


                           La iglesia del Padre Tiburcio Arnáiz en Málaga

         En Málaga, en la plaza de San Ignacio, se encuentra una de las iglesias más veneradas de la ciudad, la del Sagrado Corazón, que pertenece a la Compañía de Jesús o de los jesuitas, como son conocidos popularmente. Los sacerdotes jesuitas dedican todas sus obras al Sagrado Corazón, en cuyo nombre hacen todas sus obras, y al que dedican todo su esfuerzo. La Orden de los jesuitas es la más poderosa de La Iglesia, y constituyen una élite intelectual. Todos han querido imitarles, pero nadie les ha igualado. Solo los mejores entre lo mejor, acceden a sus colegios y a su formación. No hay escándalos en la Compañía de Jesús y si suceden, no serán conocidos nunca. Mientras los vientos de la pederastia asolan a La iglesia de Cristo, y llenan de fango a una orden detrás de otra, los jesuitas se mantienen incólumes. Entre ellos no hay traidores al Papado, como ha sucedido con el Opus Dei, ni casos como el del depredador sexual Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, ni contradicciones de «lujo franciscano» como Tarcisio Bertone ni otros muchos. La Compañía de Jesús tiene un voto especial de obediencia al Papa, y constituyen su última línea de defensa, y la orden más fiel . Su poder es inmenso y sus rivales igualmente poderosos. Quien quiera socavar a la Iglesia, deberá antes acabar con ellos. Tanto es así, que las sucesivas «desamortizaciones» de bienes eclesiásticos llevadas a cabo en España, fueron medidas que buscaban, entre otras cosas,  limitar el poder de «los jesuitas», que se habían hecho con el control de la educación en España. Las más célebre de ellas es la del ministro Mendizabal en 1836, aunque los jesuitas fueron expulsados en 1767. La lucha por el control de la educación (Iglesia o Estado), es una constante en la historia contemporánea de España, es la llave del modelo de Estado.

         Tras los escándalos en La Iglesia, económicos, morales y de todo tipo, la llegada de un sacerdote Jesuita al Papado, Francisco I ( Jose María Bergoglio), solo puede ser interpretado bajo esta clave. Antes que él, el cardenal Carlo María Martini, también jesuita y ya fallecido, estuvo a punto de ser proclamado Papa;  en el cónclave en el que salió elegido Benedicto XVI. Fue el último intento de que un sacerdote diocesano, del clero regular, intentara combatir y poner una trinchera a los escándalos que sacuden a la Iglesia como Institución. El horror ante la magnitud de lo descubierto, le hizo sucumbir el 28 de febrero de 2013.

                                   La iglesia del Sagrado Corazón de Málaga

             En la mitad de la calle Compañía de la capital malacitana, se encuentra la plaza de San Ignacio, y allí mismo se encuentran tanto la iglesia del Sagrado Corazón, como la residencia de los jesuitas. El templo es de muy bella factura, y muy similar al de otros dedicados al Sagrado Corazón. Grandes rosetas y vidrieras, entre las que destaca la de la bóveda, iluminan el recinto de muy diversas maneras, buscando efectos luminosos. El templo es sobrio y los elementos ornamentales son recientes, porque en Málaga todo el patrimonio eclesiástico: inmuebles, imágenes y exornos;  ardió en mayo de 1931. Los inexplicables sucesos de Málaga, tienen que tener alguna relación todavía no investigada, con la personalidad del que entonces era su obispo, Manuel González, y al que la Santa Sede no permitió regresar nunca a la ciudad.

         La iglesia es muy visitada, porque en ella se encuentra la tumba del sacerdote jesuita Tiburcio Arnáiz, fundador de las escuelas rurales, y que es venerado en Málaga como si fuera un santo. La comunidad jesuita de la ciudad cuenta con 4 residencias, además de la principal y de la capilla. Gobiernan varios colegios e institutos y cuentan con unos 4000 alumnos a su cargo. También tienen un centro de retiro, en donde se cultiva la especial y peculiar espiritualidad ignaciana. Son una verdadera milicia de Cristo, la última línea de defensa del Papado.

A la mayor gloria de Dios (A.M.D.G.)


                                      El Vaticano en la compañía de Jesús

     Desde hace un año vivimos una situación anómala en la historia de La Iglesia, y es la coexistencia de dos Papas (Benedcito XVI y Francisco I),  sin que uno de ellos sea cismático. Hay otro hecho al que no se ha dado suficiente importancia y es que un «jesuita» o un sacerdote perteneciente a La Compañía de Jesús, haya llegado a la cima del Papado, algo que tenían prohibido por propia voluntad, desde que fuera aprobada por el Papa Pablo III en 1540. Unos años antes, el 15 de agosto de 1534, el noble vasco y ex soldado Ignacio de Loyola, había fundado una pequeña fraternidad, que se considera el embrión de la luego flamante y a la vez temida Compañía de Jesús, también conocida como La Orden Negra, por los hábitos siempre negros, sin adorno alguno, de los sacerdotes jesuitas.  Son una élite intelectual.

         Los jesuitas conforman una élite escogida entre los mejores de los mejores, un selecto grupo de hombres, jamás habrá una mujer entre ellos, que  reciben una formación intelectual de altísimo nivel, conformando una milicia al único servicio del Papado. Están por encima de cualquier grupo u orden eclesiástica y solo por debajo del propio Papa, al que se vinculan por un especial voto de obediencia. Están creados y concebidos para conformar la última línea de defensa de La Iglesia. Detrás de ellos no hay nada más. Quién logre acabar con los jesuitas habrá acabado también con La Iglesia.

            El significado, a mi juicio el único posible,  de la elección de un sacerdote de La Compañía de Jesús como Papa, es su interpretación como la total derrota del clero diocesano para dirigir y poner a salvo una Institución, La Santa Iglesia,  asolada por escándalos sexuales, económicos y en serios aprietos doctrinales ante la evolución científica, social y moral del mundo. Pocos recuerdan que en el cónclave que eligió como Pontífice a Benedicto XVI, estuvo a punto de resultar elegido otro sacerdote de La Compañía de Jesús, el cardenal ya fallecido Carlo María Martini, religioso jesuita de gran solvencia intelectual.

                                                               Ad Maiorem Dei Gloriam

           Este es el pretencioso lema de La Compañía de Jesús, y es pretencioso porque Dios no necesita gloria alguna y menos que alguien se la dé. Lo único que puede conseguir cualquier fundación humana es quitársela, o emborronar su nombre con manchas indelebles, como la ocasionada por el fundador de los Legionarios de Cristo, el pederasta y depredador sexual,  Marcial Maciel.

           Si el Papa Francisco I quiere pasar de los gestos efectistas (la gran especialidad de los jesuitas) a los hechos, debe disolver sin más la Orden corrompida de Maciel. La depravación y los crímenes sexuales cometidos tanto por el fundador como por muchos de sus integrantes son tales, tantos  y tan abominables, que lo único que puede hacerse con ella es disolverla. La situación no admite medias tintas o soluciones de compromiso. Si el Papa Clemente V pudo disolver la Orden del Temple en un solo día, un 13 de octubre de 1307, mediante la Bula Ad Providam,  lo mismo puede y debe hacerse con esta Orden religiosa,  que merece ser enviada al infierno y al sótano de la memoria humana.

                                                          El significado de una elección y el futuro

               Las viejas órdenes (agustinos, franciscanos, salesianos, etc.) y los nuevos grupos o movimientos eclesiales, algunos muy influyentes, no han podido contener la avalancha de escándalos en la Institución de La Iglesia, a la que debemos distinguir claramente de los creyentes. Muchos millones de personas se sienten amparados bajo su manto. Hablamos y escribimos de ella porque es la única de las grandes religiones que ha desarrollado una estructura y jerarquía que gobierna sobre todos sus fieles. No hay un ejemplo comparable en todo el Planeta ni en toda la historia. Su caída, la de la Institución,  provocaría un vacío difícil de imaginar.

               La llamada novela anticlerical española produjo joyas hoy ya poco recordadas, como A.M.D.G. de Pérez de Ayala, El Jardín de los frailes de Azaña o El obispo leproso de Gabriel Miró. En ellas se muestra claramente el rigor de la educación de los jesuitas y su carácter y formación sólida e inquebrantable. Solo una grupo así, que ha tenido siempre problemas incluso con la propia institución del Papado, puede ponerse al frente de La Iglesia para librar la batalla decisiva. Que nadie espere cambios doctrinales con los jesuitas al frente del Vaticano. Son rigurosos y rígidos. Si ellos están hoy al frente de la Institución eclesial, es porque la situación es muy grave.

                No ofreceremos ahora toda nuestra visión de las cosas, porque nos veremos obligados a escribir de esto más adelante. Al igual que dijimos de Benedicto XVI en su momento: que una sola persona no puede llevar a cabo una tarea de semejante magnitud (limpiar la institución eclesial de todo lo dañino que hay dentro de ella), volvemos a decirlo de Francisco I. Es una tarea colosal, incluso para los jesuitas.

                  Hubo una señal brutal, pero que nadie se atrevió a interpretar de modo amplio. Cuando soltaron dos palomas desde la ventana en la que dirigía una alocución el Papa Francisco, y fueron inmediatamente atacadas por un cuervo y una gaviota. El Estado del dinero, el que gobierna el mundo desde la sombra, y hay autores muy serios que escriben libros al respecto, han lanzado la gran ofensiva contra los Estados sociales y las democracias. Cualquier institución que pretenda hacerles frente, incluida la propia Iglesia, será objeto de sus ataques. La parábola de las palomas atacadas supera incluso al contexto en que se produjo.

                              El Mundo está cambiando de manos. Los países ya no son dueños de nada, no deciden nada.

                  Nota: https://elalminardemelilla.com/2013/02/11/benedicto-xvi-y-la-profecia-del-alminar/