La nueva valla de Melilla


No es el muro de Trump, ni el de Berlín, ni tampoco el de Palestina, aunque en algún momento tanto el mandatario americano Donald Trump, o el israelí Benjamín Netanyahu, se justificasen antes las críticas recibidas, intentando una desproporcionada comparación con la valle perimetral melillense, que sí es verdad que ha dado mucho que hablar a lo largo y ancho del mundo.

La valla Marlaska reduce en mucho el impacto paisajístico sobre la anterior, que sí daba la sensación de perímetro carcelario. Muchas han sido las imágenes horrendas sucedidas en torno al perímetro melillense, pero la culpa o responsabilidad no cae sobre nosotros, sino sobre la localidad luxemburguesa de Schengen, en donde se firmó en 1985 el tratado de desaparición de fronteras interiores de la Unión Europea, y el surgimiento de las fronteras exteriores.

El Acuerdo se firmó en el mismo mes en que España se integraba en la Unión Europea, por lo que tuvimos que prepararnos apresuradamente para desempeñar la labor de gendarme, que la propia Unión Europea nos asignaba. La famosa carretera perimetral y su correspondiente valla fronteriza, se empezaron a construir en el mismo año de Chernobyl, en 1986.

En Melilla no estuvimos muy pendientes de ese tremendo accidente, porque la ciudad vivía la convulsión social de la reivindicación de la nacionalidad española, por parte de los rifeños nativos de la ciudad, y cuya cifra alcanzaba en aquellos momentos las 18.000 personas. El surgimiento de la valla y el perímetro fronterizo tampoco preocuparon demasiado a los melillenses, porque se estaba más atento a los debates parlamentarios de la nunca puesta en vigor de la Ley de Extranjería, y a todo la peripecia política del líder histórico de los melillenses rifeños, Aomar Mohamedi Duddú.

Todos los periodistas nacionales e internacionales pasaron por nuestra ciudad, incluso el celebérrimo Arturo Pérez Reverte, sin que ninguno se percatase de que la ciudad estaba cambiando en dos aspectos, el interior con el proceso de documentación, y el exterior con la valla de Schengen, exigida por la Unión Europea. Desde entonces, las fronteras de los denominados países desarrollados, empezaron a recibir un flujo constante de inmigrantes, cuyas procedencias iban cambiando según el deterioro económico de sus países, las hambrunas provocadas por el entonces incipiente cambio climático, y sobre todo por la acción de las guerras provocadas o consentidas por el Nuevo Orden Mundial.

Desde 1990, Melilla ha visto llegar a ciudadanos de casi todos los países africanos y del Medio Oriente, a los que nunca ha detenido la valla primigenia, la triple malla, o la temida y terrible sirga. Tampoco la altura o el grosor de la misma. La vieja frontera se extendía como el lomo de un Dacentrurus armatus.

La valla fronteriza no va a desaparecer. La promesa era retirar la sirga, y todos los elementos dañinos para las personas, quedado ahora una valla más evanescente y que a veces parece difuminarse con el paisaje colindante. La presión migratoria se ha desplazado ahora a Canarias, en donde viven una situación similar a la de Melilla, en los años de mayor afluencia de inmigrantes. A la actual, de color blanco, se la denomina como valla de Marlaska.

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