



Un año más y ya son quince, en el que deseamos Felices Fiestas de Navidad a toda la comunidad alminarense y a todos los que la integran, mujeres y hombres de buena voluntad.
A todos los que siguen aquí desde el principio, a los que ya no están, a los que llegan ocasionalmente y no se detienen, a los que nos visitan y se quedan, como en el presente año, en el que hemos alcanzado la cifra de 180.000 visitas, el quinto mejor registro de toda nuestra historia, después de la del año 2007.
Son muchos los acontecimientos que hemos visto pasar y en realidad, los cambios son muy pocos. Los cambios son percibidos a una escala temporal mucho mayor, si es que llega a haberlos. Seguimos viendo casi a los mismos, en circunstancias muy poco diferentes.
Lo inevitable no puede evitarse, esta va a ser una de nuestras máximas, aunque el discurso habitual y dominante diga que sí. Cambian, sobre todo las ópticas, no la manera de mirar. La perspectiva necesita un amplitud mucho mayor. En otras escalas, como la geológica, nuestra era es insignificante, aunque probablemente sea la que mayor impacto tenga sobre el planeta que habitamos. En todo este horizonte temporal, la existencia de El Alminar apenas es un leve arañazo en el tiempo. Se necesita mucho más para dejar, lo que llamamos huella.
Huella profunda ya ha dejado, el que es el melillense más universal de la historia, y que tiene su lugar específico en nuestro blog y comunidad. Es Fernando Arrabal, alminarense de Honor con el que tuvimos la oportunidad de reencontrarnos una vez más, en las inmediaciones de la playa de San Lorenzo, «donde su padre le enterreba los pies en la arena».
La vida de las personas y de las colwctividades se conforma entre los que no puede evitarse, y aquello en lo que podemos intervenir, que es muy poco. Son muchos los elementos y circunstancias que intervienen en cada decisión.
El Alminar creció y surgió en unas difíciles condiciones, como una lámpara encendida en medio de la oscuridad y esa sigue siendo nuestras única labor e intención. Vigilar y rellenar el aceite de la lámpara para que sigue encendida, y mantenerla alejada de los impíos. Solo así puede ser útil esta labor, porque la luz debe iluminar para todos.