El depósito de agua y la riada de Cabrerizas


En el interior de las ruinas malditas

           Muchos ven el depósito desde lejos y resulta desagradable.  Bastantes  pasan cerca de él, y no suelen mirarlo cuando transitan por la carretera del Tiro Nacional. Solo algunos  han entrado dentro. Una ciudad con sensibilidad, hubiese eliminado estas ruinas hace mucho tiempo, pero los gobernantes melillenses no tienen sensibilidad. Hace ya dos años que ni siquiera conmemoran el trágico aniversario. Ni en el cementerio ni en lugar alguno de la ciudad, existe un monolito que conmemore el suceso y que sirva de recuerdo conjunto a las víctimas. En los dos últimos años no se encuentra ni siquiera una referencia del suceso en todo el conjunto de la prensa. Ningún estamento político lo recuerda ya. En la nueva barriada de Averroes, la que se edificó sobre el lugar que ocupaba la antigua, no hay tampoco placa o monumento alguno. Es un suceso olvidado y que todos quieren olvidar.

          El 17 de noviembre de 1997, varios millones de m³ de agua, se abalanzaron sobre la barriada de Averroes y sobre el barrio de El Rastro. La fuerza del agua, incrementada por la altura, la pendiente y la angostura de las calles, arrancó las planchas de cemento del depósito y las movió como si fueran de madera, convertidas  en guillotinas de piedra  que cortaron los primeros edificios de Averroes como si fueran de mantequilla. La ola provocó 9 muertos y la ruina física de dos barrios en apenas 30 minutos. Nadie que vivió el suceso lo ha podido olvidar.

          Mientras tanto, las horrendas ruinas siguen ahí, en lo alto del monte, como un siniestro recuerdo de lo sucedido. No es un lugar al que se mire, ni por el que suela transitarse. Ni siquiera los sin techo, o gentes de malos hábitos lo suelen utilizar como refugio. Es algo que debería haber sido demolido hace mucho tiempo y enterradas las ruinas. Fue una catástrofe previsible y anunciada, precedida por denuncias sobre filtraciones de agua y sobre problemas en su diseño y construcción. Nadie construye un depósito de ese tamaño, a esa altura, y sin proteger las paredes con el terreno. En su diseño, era una bomba de agua y así resultó, pues proyectó todo su contenido con la fuerza de una catapulta.

                               El depósito de agua de Cabrerizas

        Es un lugar sórdido y tétrico, que ni «los malos» quieren utilizar como habitáculo. Hay signos de presencia humana, pero son las menos. Las víctimas de la riada de Cabrerizas se vieron impelidas a aceptar las indemnizaciones estipuladas, o arriesgarse a un largo y tortuoso proceso judicial, de varios años de duración,  y de resultado incierto. Nunca hubo responsabilidades políticas, ni tan siquiera judiciales. La constructora se hizo cargo de las indemnizaciones  y los ingenieros responsables pactaron unas penas mínimas de inhabilitación. Todo se cerró de modo apresurado  y a partir de ese momento empezó a posarse sobre la zona el impenetrable manto del olvido. Ya es algo que no se recuerda de modo oficial, salvo por la inquietante presencia de las ruinas.

          El acceso es fácil, el paraje resulta desolado y desolador. Produce un gran desasosiego. Allí encima colocaron el morlaco publicitario de Osborne. Ni siquiera tienen sensibilidad para ubicar las cosas. Hay mucha energía negativa en esa zona.

Cabrerizas, las ruinas malditas


              17 de noviembre de 1997: La riada olvidada

         Un 17 de noviembre de 1997, el depósito de agua de Cabrerizas reventó y se llevó por delante toda la Barriada de Averroes y 9 vidas humanas. Este año estábamos inmersos en la campaña electoral y pese a que busqué hasta en el último rincón, no hubo ningún recuerdo, ni ninguna línea de homenaje o dedicatoria, a las víctimas de aquella tragedia, que pudieron ser muchos más de nueve. He repasado la hemeroteca completa y no he encontrado una sola línea alusiva o de recuerdo. No es que haya que recordar siempre lo malo, pero hay cosas que no deben caer en el olvido, y una de ellas era esa, la de la riada del 17 de noviembre, porque «las ruinas malditas» del depósito siguen ahí, a la vista de todos, aunque algunos, o muchos, ya no sepan qué significan.

         Hay catástrofes naturales, sucesos imprevisibles, accidentes inevitables, pero aquello fue fruto de una «gestión cuestionable» o de «un modelo de gestión» que quedó en entredicho con aquel luctuoso suceso. El pacto entre los familiares y la constructora, evitó un larguísimo y penoso proceso judicial, que hubiese llevado a la cárcel a algunos de los responsables, y del que también se hubiesen derivado responsabilidades políticas por aquel suceso. El pacto judicial ahorró muchos sinsabores personales, porque el proceso se hubiese alargado durante una década o más con los recursos y dejó también mucha amargura, porque se renunció a que los responsables pagaran su culpa, la de una gestión nefasta que jamás debió producirse.

     En aquella época yo era el corresponsal del diario El Mundo en Melilla y tanto la crónica como las emblemáticas fotografías (mil veces reproducidas), tienen una historia desconocida. Las fotos me las cedió alguien que sigue en el anonimato. En aquella época no había internet ni cámaras digitales.  A mí me cupo el triste honor de firmar en 1ª página con aquel desgraciado suceso. También es verdad que significó el fin de mi colaboración con el diario, pues la diferencia entre el texto que yo enviaba como crónica y el publicado, era tan grande, que decidí que mi etapa de corresponsal de diarios nacionales, acabara en aquel momento.

   Nota: Sí hubo alguien que lo recordó, el periódico digital www.radioolamelilla.com  de Angel Valencia, que en aquel momento era residente en la barriada de Averroes y presidente de su asociación de vecinos.