




Una Dana o lluvia torrencial e intensa, «se forma por una gran bolsa de la corriente de aire frío polar que, al desgajarse del chorro de la corriente principal y rodearse de aire más cálido, se precipita de modo intenso y violento sobre una zona determinada, causando grandes estragos y sobre todo, pérdida de vidas humanas, como ha sucedido en Valencia. Todo esto ha existido en la historia de La Tierra, y han existido violentas transformaciones del clima planetario, que han extinguido y trnasformado la vida en nuestro planeta, en decenas o cientos de ocasiones. ¿Qué ocurre ahora? Que esta es la primera ocasión o época, en que la actividad humana incide y provoca cambios o alteraciones en el clima planetario, de modo global, por la propia actividad humana. En ninguna de las anteriores hemos tenido nada que ver. Siempre fueron cosas de la geología, de las glaciaciones, o de la caída de meteoritos. De otro modo no hubiésemos llegado hasta aquí, o no estaríamos nosotros contando o relatando estas cosas. Estarían probablemente los monos, o los primates, o los símios, o como se quiera denominarlos.
¿Podemos evitar algo de lo que va a pasar? Según Juan Luis Arsuaga en sus conversaciones con Juan José Millás en La conciencia contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara); No, no podemos evitar nada: «Creemos elegir, y esa creencia está basada en que nos faltan datos. Si tuvieramos a la vista todos los datos de una acción, veríamos que las cosas no habrían podido suceder de un modo distinto al que sucedieron». Esto es el principio antrópico fuerte. En las condiciones físicas actuales, determinadas en todo el Universo, no existe otra posibilidad de humanidad que la nuestra, y hemos llegado hasta aquí, porque no había otras opciones posibles, ni una evolución distinta. Los orangutanes habrían liderado la evolución en otro planeta y en otro universo, no en éste.
El sábado pasado estábamos con las activistas climáticos de Guelaya frente a la Laguna Negra, en plena desembocadura del río de Oro, en donde lleva formada una charca pestilente desde hace décadas, sin que ninguna administración sepa darle solución. La propia charca o laguna negra es el resultado de una nefasta acción de gestión en 2019, que al instalar ahí una fuente ornamental de colores, creaba en realidad un lodazal o pozo de cienos y sedimentos de las aguas fecales, que supuestamente se depuran a apenas 50 metros.
Hace unos meses estuvimos con los mismos activistas ecologistas de Guelaya, en una charla del diputado de Las Cortes Valencianas Juan Bordera, quien precisamente habló sobre «El fin de las estaciones», título de su libro, y de la desaceleración de la corriente marina atlántica (que intercambia calor y frio en el Hemisferio Norte), y de las consecuencias climáticas que eso podría acarrear. el problema es que el consenso empeiza y acaba aquí. Hay cambio climático, lo dice una agencia de la ONU, pero no existe acuerdo sobre el límite climático a rebasar , sobre si se ha rebasado ya, sobre su posible irreversibilidad, y sobre sus consecuencias, que son estas, los fenómenos climáticos extremos.
Acabamos, mostrando nuestro pesar a la Generalidad de Valencia por el alto número de víctimas y destrozos físicos, y nuestras afecto y solidaridad con tan importante Comunidad para la historia de España, y en aquellos otros lugares, como Letur, en los que también se han producido víctimas mortales y desaparecidos.
Lo que ya se constata que falla, es la gestión política, bien a pequeña o gran escala. La gente se agrupa, se apoya, se defiende. Funcionan todos los servicios de emergencias, como la UME, cuyo valor ya es un consenso nacional entre la gente, o la AEMET (Agencia Estatal de Metereología).
me parece que no es posible tratar este tema sin hablar de responsabilidades políticas. Hay varios hitos muy claros que señalan como culpables de varios definitivos errores, más allá del habitual vaciamiento de lo público hacia la inacción (eso que hay quien llama «libertad») o hacia el pelotazo privado de convenientes amistades, a la dirigencia pepera regional. Podemos no comprender algunas cosas. Pero las consecuencias de lo que comprendamos o no, sí habría que prevenir primero y asumirlo después.
Hay cosas que sí sabemos. Tanto en lo incidental (había avisos serios desde días y desde horas antes, que fueron desatendidos) como en lo estructural (las danas están siendo más voraces que años atrás). También el mínimo sentido común de que no se deben desviar cursos de ríos, asfaltarlos como en Melilla, ni construir en un radio demasiado cercano de las ramblas. Pues ahí está el urbanismo salvaje concediendo licencias de forma ya asesina.
Ahora habrá que ver también cómo están configurados los sistemas de seguros de todo tipo y también la atención médica (tanto pública, tan maltratada, como privada, con seguros de 80 euros que venden los medios de desinformación y que alienta la derecha, que se piensan que son la panacea) y ahora se enfrentarán ante una situación de devastación como la sufrida.
Esta catástrofe va a mostrar varias costuras. Y habrá que prestar atención a que no construyan un relato mentiroso para salvarse.
A simple vista, el fallo de la Generalidat Valenciana es clamoroso.
Luego ya entraremos o no en asuntos como la supresión de la UME allí.
Falta saber cómo se suministra la información de la AEMET, si es vinculante o no. Si se dirige de modo directo a la Autoridad Autonómica o a través de la Delegación del Gobierno.
Está escrito de modo claro en el párrafo final: se constata la ineficacia de la gestión política.
En Florida, a principio de mes, evacuaron a 5 millones de personas en una semana. En España no hace eso nadie.
La falta de diligencia en la gestión política, Autonómica en este caso, agrava las consecuencias de un fenómeno natural, aunque sea extremo, como es el caso.
El presidente de la Comunitat Valenciana, Carlos Mazón, ni siquiera tomó la decisión correcta, es que no tomó ninguna. No hay constancia de que a primera hora de la mañana, cuando se recibió el aviso de la AEMET, se convocaran reuniones de urgencia o se formaran gabinetes de crisis. Nada, no se hizo nada, en un intervalo de 12 horas. Ni una sola recomendación o aviso a la población.