La apisonadora de los viernes


                      Principibus velut Vercingetorigi arma ante pedes Caesaris deponenda sunt*.             

        Nunca existió una aldea gala resistente de modo permanente al invasor romano. Nunca nadie defendió con más valor y convicción el futuro de una nación y de un pueblo, como Vercingétorix. El general romano Julio Cesar es uno de los mayores exterminadores sistemáticos de población de la historia, sin embargo, miles de personas se llaman Julio o César, pero no conozco a nadie que se llame como el  caudillo galo. Nadie fue sometido jamás a una humillación semejante a la de Vercingétorix, que fue llevado a Roma y paseado por sus vías principales dentro de una jaula.

              En España tenemos un caso que se le asemeja, aunque de ficción. La lucha del «ingenioso hidalgo Don Quijote» contra los molinos de viento acabó muy mal. Harto de estacazos y de molimientos de huesos, murió renegando de su pasado de «desfacedor de entuertos», despidiendose de su escudero y amigo  con la frase de: «Vamonos poco a poco Sancho, que en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño». Hoy su nombre, el de Cervantes, abandera uno de los más prestigiosos premios literarios que todo escritor desea recibir, pero Miguel de Cervantes, murió casi tan empobrecido como su hidalgo y además sufrió penas de prisión. Para mayor paradoja del destino, el premio Cervantes se entrega en la Universidad de Alcalá de Henares en nombre del Cardenal Cisneros, el mayor quemador de libros de la historia de España.

                    Todo son paradojas y algunas figuras y cosas deberían ser vistas desde otra óptica,  como la historia de Don Quijote. Quizá Cervantes estaba mandando un mensaje distinto con su libro, del que hasta ahora ha sido su interpretación más únanime, la de la necesidad de la defensa de los desfavorecidos, la necesidad de la existencia de personajes como su hidalgo.  Los golpes que más le dolieron al Quijote, fueron los que recibió de aquellos a quienes pretendía defender, y fue del pueblo llano de quiens recibió los mayores escarnios.  Quien acabó con César fue su sobrino y protegido Bruto, de ahí su sorpresa, su incapacidad para defenderse desde algo tan cercano: «Tu quoque Brutus, fili mi» (Tú también, Bruto,  hijo mío).

                        Visto lo que sucede ahora mismo en España, en donde alguien, sin tapujos de ningún tipo, está haciendo justo lo contrario de lo que afirmara en la campaña electoral, me ha venido a la cabeza el simil quijotesco, o incluso el de César.  No hay nadie más peligroso, que aquel que está convencido de lo que es mejor para todos. No sentirá ningún remordimiento ni escrúpulo, aún cuando esté condenando a la pobreza  y a la marginalidad a grandes capas de la población, tanto en el presente como en el futuro. Siempre preferiré a alguien que dude, antes que a aquel que siempre esté seguro de lo que hay que hacer y no pregunte nada.

           Lo peor de todo es la gran masa de gente, que ante la evidencia de lo que sucede, ante la magnitud de la mentira pergueñada en la campaña electoral de noviembre, sigue empeñada en ver solo el molino y no al gigante amenazador. Empeñados en mirar hacia otro lado, en la absurda creencia de que el aspa del molino no les alcanzará con su manotazo. Además, son y serán los primeros en apedrear al caballero quijotesco que intente hacerles ver la realidad. Ya no es una cuestión de un buen o mal gobierno. Es una lucha entre una clase social privilegiada y monoritaria, que quiere arrancar a otra, mucho más numerosa, cierto grado de igualdad y de estabilidad, conquistados a lo largo de décadas.

                La indignidad moral de algunas cadenas de televisión, de algunos medios de comunicación, de intelectuales y opinadores convertidos en voceros del  capital y la derecha extrema, componen un tapiz sobrecogedor. Justifican día a día las agresiones salvajes a los desfavorecidos, a los trabajadores, sin exigir antes,  aunque sólo fuese como excusa moral, al menos una sola renuncia a los desproporcionados  privilegios que ostenta esa misma clase política a la que defienden, y que es la que  impone los ajustes.

            En nuestra ciudad  vemos  como desde medios de comunicación absolutamente subsidiados, se cuestiona la labor de los sindicatos y los partidos de izquierda, e incluso, se lee como algunos de esos inflacionados empresarios, se atreve a cuestionar los supuestos privilegios de los funcionarios y trabajadores públicos, del Estado. También, algún predicador semanal, defiende la eficiencia empresarial, protegido por un sustancioso sueldo público. Eso sí son contradicciones.

   * Como fueran depuestas las armas ante los pies de César, por el príncipe Vercingétorix.