




Todo final es seguro y en este caso sabemos hasta la fecha, el 28 de mayo próximo. Sin embargo no podemos determinar el modo y cual será su imagen definitiva. Esta es la incertidumbre que sobrevuela todo, la que provoca la inquietud y una elevada susceptibilidad. No se puede decir nada porque todo se interpreta en contra o a favor de. No son los peores tiempos posibles, ni mucho menos. El origen del Alminar estuvo acompañado por la campaña electoral de 2011. Entonces había alguna esperanza de cambio, pero no ocurrió nada de eso, ni en 2015 tampoco. Hubo que esperar cuatro años más a que este se produjera, aunque de modo imprevisto, en medio de un escándalo, aunque de eso no nos hemos librado nunca. Desde 2011 hasta la fecha, todas las elecciones celebradas han tenido algún tipo de recurso o de impugnación.
Hemos vivido un cambio que no volveremos a vivir, ni en el mismo bloque, ni en el mismo formato. Nada hay imposible en el mundo político, pero esta fórmula está agotada. Deberían cambiar los ingredientes de la receta. La otra alternativa, la regeneradora, es casi la misma que la vivida entre 2000 y 2019. Habría posibilidad de otras combinaciones, pero deberían diluirse algunos de los componentes principales. En las condiciones actuales no es posible repetir la experiencia. Si no cambian los nombres no es posible cambiar las actitudes. Lo que se ve como observador no gusta a casi nadie. El agua y el aceite no mezclan y esto ha sido evidente para todos. La clase política, los clanes dominantes en los partidos no promueven la renovación, ni siquiera con la novedad de «las primarias», instrumento renovador que han conseguido convertir en inútil y en perpetuador del dominio del clan. El único instrumento verdaderamente eficaz serían la listas abiertas, y facilitar la participación electoral de formaciones ciudadanas independientes. La opción de participación en la actividad política está monopolizada por los partidos. Hay pocas opciones fuera de ellos.
El partido que pretendió renovar la «vieja política», acabar con las castas y privilegios, demoler el edificio del «régimen de 1978» ha acabado no siendo ni siquiera alternativa. Podemos encontró grandes denominaciones conceptuales, pero de escaso contenido útil o transformante. En este camino y con la crisis del Coronavirus que acumula ya 119.479 muertes en España (767 en el último mes), no son desdeñables los niveles de protección social y laboral alcanzados en estos 4 años. Nos falta por ver si esta situación es un espejismo o una tendencia, que mucho nos tenemos que no. La digitalización del mundo hará desaparecer mucho de lo que conocemos. De los viejos esquemas de análisis (izquierda/derecha) muy pocos quedarán en pie y el mundo futuro no puede imaginarse. Las nuevas opciones y nombres ya tienen más que ver con verbos como Sumar, Somos o con adverbios como Más y sustantivos como Compromiso. Al final todo dependerá de las sumas, no de lo que uno sea.
El final del cambio en Melilla
El cambio era necesario aunque cada uno tengo su opinión sobre el mismo. En conjunto, el gobierno del cambio ha sido necesario y ha mostrado que cuando se quiere, hay cosas que pueden hacerse bien, sobre todo en las actitudes personales. Ha sido un gobierno más amable que los anteriores, aunque deficiente en cuanto a la comunicación con la ciudadanía. La Presidencia se ha anulado a sí misma y ha acabado por desaparecer de la imagen pública, sin lograr desempeñar su papel de árbitro frente a las dos potencias antagónicas de su gobierno. Al final, como escribiera Salustio de Sila, «terminó con malos resultados sus buenos comienzos».
Hemos pasado del presidencialismo a las taifas, en las que algunas han sobrevivido y otras no. Si tuviésemos que escoger a las dos más destacadas, señalaríamos a Cultura y a Deportes. La que ha sucumbido completamente ha sido la de Medio Ambiente y Obras, pese a que se han llevado a cabo innumerables actuaciones, y pese al buen talante de su consejero. Volvemos a insistir en la incapacidad colectiva para la comunicación de la que ha adolecido este gobierno del cambio. Sin embargo, el mayor fracaso fue el del super consejero Mohamed Mohand, que como Sansón, tiró el templo del Poder sobre su propia cabeza. Como atenuante colectiva, decir también que ni la fortuna ni las circunstancias les han favorecido, tanto con la pandemia como con el cerrojazo implacable al que Marruecos sometió a la ciudad, que trajo aparejado el hundimiento de los transportes.
El final está señalado pero todavía no escrito. Esperemos que todos hayan aprendido de la presente situación y experiencia. Que se imite lo bueno, que lo ha habido, y que se deseche lo malo, que también.