Los cadáveres exquisitos


 

                              Sanjurjo, Franco y Stalin

               El Tribunal Superior de Justica de Navarra ha dado la razón al Ayuntamiento de Iruña-Pamplona y José Sanjurjo (marqués del Rif) descansará ya eternamente en Melilla. Por este motivo me contactaron en días pasados desde el diario El Norte de Castilla, y les expliqué que aquí ya nadie habla de Sanjurjo, pese a que fue considerado «el verdadero salvador de Melilla» en 1921, aunque hoy ese rango le sea otorgado al impostor Franco. El problema de Sanjurjo es que quiso salvar también a España, mediante el recurso del golpe de Estado.

      Aquí, alejado de cualquier posibilidad de visita masiva, gracias a las comunicaciones navales y aéreas que nos han legado como herencia el gobierno de Mariano Rajoy, no existe posibilidad alguna de culto reverencial. Además, sus eximios restos mortales están alojados dentro del túmulo funerario de Los Regulares Indígenas, con lo solo pueden ser visitados una vez al año, el día 2 de noviembre. La polémica y el mantenerlo vivo en los papeles, que es lo que buscaba su hija Carlota Sanjurjo. Sin embargo, el alto Tribunal de Navarra  ha zanjando el asunto para siempre.

                                            Los cadáveres exquisitos

        Para hacer este artículo, he releído la excelente biografía que sobre Camilo José Cela escribiera el inmortal Francisco Umbral, amigo suyo y que tituló: Cela, un cadaver exquisito. Hoy en día, morirse ya es considerado un mérito suficiente como para recibir un honor, un título, o el nombre de una calle. Por ello, Umbral sorprendió contando cosas buenas y malas de su amigo difunto, por lo que se tachó a su biografía como «ajuste de cuentas». Hoy solo se acepta la égloga y la hagiografía, olvidándose de que no todo o toda la que fallece es santo/a, y en caso de serlo, cada uno tiene sus devociones. Se puede ser benemérito, pero cada uno de su cofradía.

            En la legislación romana existía un derecho que se denominaba «damnatio memoriae», o sea, el derecho a dañar la memoria y el recuerdo, siempre que se acreditase que el fallecido había sido «un cabrón». Hoy esto parece inaceptable, y las familias defienden el honor de los fallecidos hasta casi los umbrales del Juicio Final.

                                                        Franco y Stalin

                   El extraordinario lio que se ha producido en España con respecto a la momia del dictador Franco, tuvo solución en la Rusia soviética con el cadaver embalsamado del Iosip Vissarionovich, más conocido como Stalin, generalísimo de Rusia. Tras su muerte. ocurrida el 5 de marzo de 1953, su cadaver fue embalsamado y expuesto junto a la momia de Lenin en el Mausoleo de la Plaza Roja. Con la desestalinización, la condena de su figura y de su método de gobierno o estalinismo, su cadáver fue retirado del mausoleo, y enterrado de modo discreto, tras las murallas de la Plaza Roja, junto a otras figuras de la historia de Rusia. A los únicos a los que no se les preguntó la opinión, fue a sus familiares. Nadie discutió el derecho del Estado Soviético a dar un modo diferente de recuerdo al que había sido Jefe del Estado desde 1929.

                  La momia de un Jefe de Estado no solo pertenece a la familia, caso de Franco, sino también al propio país, que en algún momento puede optar por dar un tratamiento póstumo diferente al que venía recibiendo hasta ahora. Ahí está el caso de Egipto, en donde los Faraones, Jefes de Estado del pasado egipcio, reposan en vitrinas en los museos, y son fotografiados por millones de turistas al año, encontrándose algunas de ellas casi desnudas. Siempre me da un poco de reparo pensar que el gran Ramsés II, está expuesto a la vista de todos, sin la menor solemnidad, en una sala del Museo de Antigüedades Egipcias.

                     En España debería edificarse un Panteón de los Jefes de Estado y figuras ilustres, y trasladar allí a Manuel Azaña, Antonio Machado, y a tantos otros grandes personajes que están desparramados por el solar patrio o incluso fuera de él. Esa sería la única opción que debería ofrecerse a la familia Franco, o aceptar un enterramiento colectivo de personajes ilustres, como fue el caso de Stalin, o trasladarlo a la cripta familiar de El Pardo, nunca a la Catedral de la Almudena. Este fue el caso de la familia de Emilio Mola (que compartía enterramiento con Sanjurjo) y que decidió trasladar por su cuenta los restos del general golpista y cerebro del Alzamiento, a una cripta familiar, de la que no ofrecieron dato alguno.

            El gobierno de la Nación debería redactar un Decreto Ley, convalidarlo si puede en el Parlamento, y zanjar este asunto para siempre. Cerrar las visitas al Valle de Los Caídos, hacer un censo de los que están allí enterrados, y luego decidir qué hacer con ese lugar. En definitiva, mandar ya a Franco a la historia.

 

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5 comentarios en “Los cadáveres exquisitos

  1. como los concordatos con la Sede que dicen que es santa. El problema es pensar que el PSOE tiene algo de socialista o de obrero.

    Yo planteo otra posibilidad. Lo vi el otro día en una seri de televisión: darle los despojos del innoble al animal más querido por los españoles, que esté bien hambriento, el cerdo.
    Así se podría cerrar el círculo. Dijo Juan Echanove una vez que había tenido el privilegio en su carrera de interpretar a dos cerdos. Su papel en El Cerdo, obra de teatro que dirigió José Luis Castro hace ni se sabe, y cuando hizo del dictadorzuelo en MadreGilda. Podría ser también un final definitivo.

    • Hubo un Papa al que desenterraron, lo sentaron en un sillón en estado de putrefacción, lo juzgaron, lo condenaron, le cortaron los dedos de bendecir… y al Tiber. Sus mismos compañeros, en época más cercana que la de Tiberio, creo recordar.

  2. El asunto es que al tratarse de un Jefe de Estado alberga unos derechos cadavéricos. Decreto y devolvérselos a la familia.
    La Almudena cerrada y sellada por la Policía Nacional.
    Y en caso grave, incautación de los restos por la Guardia Civil y trasladarlos a un lugar secreto.

Acostúmbrate a sufrir con paciencia las contrariedades, a escuchar en silencio lo que desagrada, a estar sosegado entre los turbulentos y a permanecer tranquilo entre el estrépito del mundo.

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