En mar hostil


 

                El peñasco rocoso frente al que se alzó la Melilla histórica y antigua servía de atalaya y de vigilancia frente a un mar hostil. La población habitaba y se refugiaba en los cerros cercanos antes de que los españoles o castellanos, se establecieran en «la roca» en 1497. Hubieron de pasar 400 años de penalidades y de larga noche, para que la población pudiera asentarse en el llano. El mar embravecido podía con todo y derrumbaba en sus arremetidas las murallas circundantes. Solo el peñón rocoso y sus cuevas ofrecían amparo frente a un entorno climatológico hostil. Tuvieron que pasar más de 4 siglos para que Melilla pudiera dominar el mar, que tantos destrozos causó en la ciudad. Un temporal tras otro, frente a una muralla líquida que era foso infranqueable, y también esperanza del socorro y del auxilio. Por ahí, entre las rocas desgastadas,  debajo del Faro de Melilla la Vieja, existe una puerta por la que se subían los suministros y se accedía a la salvación.

         En días así, los habitantes veían hundirse barcos, o darse media vuelta, y arruinarse sus esperanzas de un rápido auxilio. La violencia del agua y la corrosión de la sal, desmoronaban las piedras y abrasaba la vegetación. El peñón era solo lugar de vigilancia, atalaya e intercambio comercial, hasta la llegada de los castellanos. Una y otra vez fue abandonado. Vivir y mantenerse ahí, 4 siglos, resultó un infierno.

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