En el parque forestal de Melilla, aparte de la decoración vegetal, ya no hay fauna animal. Las carpas desaparecieron hace tiempo, porque no se podía mantener la oxigenación del agua. Los dos estanques están yermos de vida. Apenas resiste alguna tortuga. En otro tiempo también existieron las ranas, pero provocaban molestias a los vecinos con su croar. No hay ningún especie animal que evite la proliferación de los mosquitos de aguas turbias. Antaño también se dejaban ver los murciélagos por estos lares, pero tampoco quedan. El mundo animal huye de la deforestación sintética.
Es el parque forestal con superpoblación de nombres (Rey Juan Carlos, Felipe VI, habitación Gloria Fuertes, y centro de interpretación de la naturaleza Ramón Gavilán). Hay algo que no se entiende y es por qué este último nombre tiene dos lugares dedicados en Melilla, uno de ello, y recientemente, la Universidad a Distancia.
En este tipo de naturaleza poco hay que interpretar. El parque es realmente un solarium, por no escribir secarral, en donde la fauna no resiste, como los pobres y ya extintos mapaches, de los que dimos cuenta hace no mucho tiempo. Los burros si aguantan y las acémilas, junto con la vaca y las siempre inquietantes cabras, pero nada más.
Aquí no hay nada que pescar, parece pensar la garza y es cierto. No hay nada que llevarse al pico. Pese a toda la lluvia caída, no hay sensación de verdor, ni frondosidad vegetal, ni siquiera sensación de ambiente fresco. El calor y la estación seca se acercan de modo inexorable. Todo es un decorado, debajo de la tierra pardusca, hay una manta o tela que impide la proliferación de la vegetación. Incluso los álamos de la zona alta parecen estar secándose. Son árboles que proporcionan abundante sombra, pero necesitan mucha agua o la proximidad de un río. Nada de eso hay aquí. Solo la garza solitaria.