Todo va cambiando, imperceptiblemente, sin que nos demos cuenta. Poenari está cada vez más lejos. Todo fluye, como escribiera Vassily Grossman, o El río que nos lleva, de José Luis Sampedro.
La cabalgata del carnaval de 2020 fluía lento y largo por la avenida, parecía interminable y a una carroza le seguía otra con un ritmo pausado, a la vez ruidoso y alegre. Había alegría en la gente, siempre participativa y dispuesta a dar forma y color al difícil carnaval de Melilla. El tiempo climatológico acompañó al tiempo cronológico y no hizo frío ni viento, circunstancias que han arruinado y ensombrecido muchos desfiles.
Había animación y también temor entre los nuevos organizadores, pero la gente de esta ciudad siempre responde, si se la escucha y hace caso en sus pequeñas peticiones. Solo hay que dejar fluir en libertad las cosas, y permitir que la ciudadanía se exprese en libertad y sin intimidaciones, como ocurría en el pasado, en donde desfilaba hasta el jefe de seguridad ciudadana. Ahora no hay y no pasa nada, porque los cuerpos de policía saben hacer su trabajo.
No hubo anacronismos ni cosas fuera de lugar. Todo fue sencillo y vistoso, incluida la carroza del equipo de baloncesto. Faltó la magnífica «carroza del diablo» de otras ediciones, pero en conjunto no hay nada que reprochar o de lo que quejarse. Quien quiso estar ahí estuvo. Fantástico el bosque animado y muchos disfraces individuales.
Hay ruido en las redes, se habla de derroche y de una cabalgata de elevado coste, pero con lo que sabemos, afirmamos que la presente, no estará entre la 5 más caras de la historia de reciente de Melilla, la de la última década por no mirar mas hacia atrás. Sólo podemos dar fe de los hechos producidos desde la existencia del Alminar.
Tras cada paso concluido vuelven a asustar. Primero intentaron dejarnos sin fuego de san Juan y ahora ya se corre el rumor de que no habrá Melilla medieval. Pero tranquilos, que habrá hasta Semana Santa.