




El 31 de diciembre de 335, murió Silvestre I (33º Papa de la Iglesia de Roma), el primer Papa oficial del Imperio Romano, cuyo pontificado se había iniciado el 1 de enero de 314, y que abarcó casi todo el tiempo del emperador Constantino. Este día ha fallecido también el que fuera Papa Benedicto XVI (2005-2013). Silvestre I fue el primer Papa de la era de Constantino, el emperador romano que declaró oficial el cristianismo, y que fundó la ciudad de Constantinopla. Así pues, adquiera gran relevancia histórica, el día del fallecimiento de Joseph Ratzinger. Constantino fue también el fundador de la Roma de Oriente y también el fue el de su último emperador, Constantino XI Paleólogo, muerto en la defensa de la ciudad en 1453.
En este día 31 de diciembre, se añade ya el nombre de Joseph Ratzinger, que hiciera finalizar su pontificado el último día de febrero de 2013, y que fuera como pontífice Benedicto XVI, el 265º Papa de la Iglesia católica. Como figura eclesiástica dejó de estar presente en la vida católica desde hace casi 10 años, que se hubieran cumplido el próximo febrero, en una efeméride ya imposible. Se había despedido como Pontífice romano en aquella fecha. Salvo alguna pequeña publicación, alguna entrevista y su nueva biografía, ha permanecido en absoluto silencio hasta el final de su vida en el último día de 2022. Una fecha cargada de significados y que habrá que interpretar con calma, muy por encima de las relaciones apresuradas que podrían establecerse. Vivimos en un tiempo de respuestas inmediatas y de duración efímera.
Siempre nos acompañó, siempre estuvo ahí, realizando esa labor sorda y callada que es raramente valorada o reconocida. Se trata de Joseph Ratzinger, durante algunos años como Papa Benedicto XVI (2005-2013). Ha sido un gran teólogo, muy normativo pero nada rígido. Había llamado nuestra atención en algunas ocasiones, estaba cerca, lo seguíamos, pero ahora le hemos leído y descubierto de modo definitivo. Empezamos el año con esta obligada reflexión y recuerdo que no puede dejarse pendiente por más tiempo. Hacemos esta primera reflexión con Benedicto XVI, con un texto de una de 2007, recogida en el libro Homilías de un Pontificado, de Pablo Blanco en ediciones Cristiandad. Hay otros muchos libros suyos y a los que se puede acudir a buscar sus propias palabras, que inspiraran cosas distintas depende de quien las lea, o que simplemente no le dirán nada a muchos. Esto es lo que sucede con lo publicado, con lo escrito. Una parte se mantiene vigente y permanece, y otra mucha se enfría, y disipa con el paso del tiempo.
«Entonces podemos preguntarnos: ¿Cuál es la razón por la que unos ven y encuentran y otros no? ¿Qué es lo que abre los ojos y el corazón? ¿Qué les falta a aquellos que permanecen indiferentes, a aquellos que indican el camino pero no se mueven?. Podemos responder: la excesiva seguridad en sí mismos, la pretensión de reconocer perfectamente la realidad, la presunción de haber formulado ya un juicio definitivo sobre las cosas hacen que su corazón se cierre y se vuelva insensible a la novedad de Dios», a la realidad del espíritu, añadimos.
Aparte de los libros de Pablo Blanco Sarto, el mayor estudioso de Ratzinger, existe un interesante libro sobre su pontificado, escrito por Roberto Regoli y presentado entre el cardenal español Antonio María Rouco y el ayudante personal del que fuera Papa Benedicto XVI, monseñor Georg Gänswein. Se reeditarán muchos libros, otros no, y no todos pasarán o podrán encontrarse en los formatos digitales. Así seleccionan y condicionan nuestra memoria.
Joseph Ratzinger seleccionaba cuidadosamente cada cosa que publicaba o se publicaba sobre él. Por eso es importante tener los libros anteriores a su fallecimiento. Lo que se haga a partir de ahora ya no tendrán ese control. Eso sí, su obra, inmensa quedará para consulta, estudio, auxilio y también indiferencia. Nada puede afirmarse de modo absoluto. Detrás de la creencia más firme o de la incredulidad, persistirá siempre la sombre de la duda y eso es algo que no puede evitarse. Incluso para aquellos que un día profesaron o profesan aun lo más parecido a una fe, el marxismo, del que también se puede hacer apostasía.
En un libro de reflexiones para día del año, Ratzinger lo expresaba así: «igual que el creyente se esfuerza por no dejarse ahogar por el agua salada de la duda que el océano le lleva continuamente a la boca, también el no-creyente duda de su incredulidad, de la real totalidad del mundo que él ha decidido explicar como un todo. Jamás estará seguro del carácter total de lo que ha considerado explicado como el todo1..»
Ahora mismo solo podemos dejar constancia del hecho, pero ya hay coincidencias y similitudes que precisan de análisis. Habrá más porque Silvestre I es ya santo, como lo será Benedicto XVI que al fallecer, recupera su plena condición de Papa, a la que renunciara voluntariamente.
Nota: (1)Fe, Esperanza y Amor. Editorial Herder. https://elalminardemelilla.com/2012/05/29/el-vaticano-y-la-grieta-del-diablo/