Bombardear la casa del pobre
Hay imágenes hipnóticas, instantes que casi pasan desapercibidos pero que a la larga cambian tendencias. El amianto en Melilla no será lo mismo después del 15 de diciembre. Quisieron hacerlo todo en silencio, con un perfil bajo, pero algo se torció y bombardearon la casa del pobre. Este es el enorme eucalipto de más de 20 mts. de altura que daba la bienvenida al Docker. Lucía espléndido aquella mañana, la que sería la última. Debajo estaban solo los pobres, amparados bajo su refugio de amianto. Resulta una paradoja que lo que está catalogado como nocivo para la salud humana, sea lo que cubre la vida de esta familia. Ya no les queda mucho en ese lugar, pero su plazo de «alquiler libre» puede haberse extendido por unos meses más.
El bárbaro desplome del árbol sobre sus cabezas y sobre su refugio, ha provocado que ahora la vigilancia sea extrema sobre la uralita, el temido amianto, el mal que envenena el mundo. El Docker se convirtió en el Chernóbil melillense por unos minutos. La catástrofe está siempre más cerca de lo que nos pensamos. Las líneas que separan todo son muy estrechas. Hay un instante en el que todo parece tener las mismas posibilidades, la victoria o la derrota; la amistad o la traición; la vida o la muerte; la suerte o la desdicha. El significado de un suceso solo puede ser entendido y comprendido pasado un tiempo.
Está claro que tenían un problema pero no lo han solucionado, el del amianto. Nadie se ha pronunciado al respecto. La conspiración del silencio sigue en vigor y nadie la rompe. Es un problema que heredaron, el actual gobierno local, y que legarán tal cual al siguiente. Todo lo que no puede medirse en términos de rédito político o electoral, no interesa.