





Todas las ciudades sufren cambios en la denominación de sus calles y barrios. Nombres que fueron importantes en su momento queda diluidos por el paso del tiempo. Para evitar eso, las denominaciones de los centros históricos suelen tener nombres inamovibles como plaza Mayor, calle Real, plaza del Mercado. Algo así sucede en Melilla la Vieja, en donde la controversia es nula.
En la ciudad nueva, surgida a partir de 1890 los nombres son cambiantes, aunque también bastante estables. Los vaivenes políticos del siglo XX alteraron la composición de los nombres de la ciudad. El mayor cambio se produjo en 1940 con los gobernantes franquistas, quienes en una sola jornada alteraron más de 50 nombres de calles y barrios. Existían una serie de nombres de obligada inserción en todas las calles de España y los reprodujeron como hongos sin necesidad de ley alguna. Pasado casi medio siglo desde su final en 1975, la Democracia necesita ya de dos leyes de Memoria para poder introducir cambios con cuentagotas. Sin embargo, un ayuntamiento puede cambiar las denominaciones sin necesidad de amparo legislativo específico.
Tipología y práctica de las placas
En una ciudad es importante todo, empezando por la gestión de la misma. La actual etapa toca a su fin y en dos meses el ayuntamiento quedará técnicamente en funciones y ya no habrá posibilidad de nada.
La historia de la ciudad puede verse en la forma y tamaño de sus placas callejeras. Las más antiguas son de la década de 1970 y tienen el anagrama municipal. En algunas otras consideradas emblemáticas, aparece el escudo franquista. Por el tipo de placa es fácil saber la importancia del elevado a los altares urbanos. En algunas pocas calles quedan una placas metálicas de color azul, que son las más antiguas de las existentes. el bronce, el mármol y otros materiales nobles, se reservan para los grandes, entre los que no suele haber mujeres, que es el gran mal del nuestro callejero. En la capital de España dos de sus distritos recuerdan a Beatriz Galindo (la Latina) y a Manuela Malasaña, pero no suele ser lo usual en las ciudades.
Las placas enaltecen a hombres y mujeres de la ciudad o a acontecimientos y lugares especiales, bien de la propia urbe o del país. Los más notables y los mejores materiales se ubican en lugares privilegiados. En Melilla suceden cosas extrañas, como la colocación de placas en casas derruidas, la superposición de placas, el deterioro y no reposición de las que están rotas, o la utilización de materiales muy poco lucidos para las nuevas denominaciones. Parece como si no hubiera intención o convicción de perdurabilidad.
Si el centro urbano está reservado a lo más significativo, no se entiende que se sustituyera a José Antonio, por un desconocido Conde del Serrallo, para el que se elaboró una placa nueva de cerámica. La propuesta alternativa, enviada al anterior gobierno, era la del General Manuel Romerales, jefe militar leal al gobierno y fusilado en agosto de 1936. Pese a la existencia de propuestas alternativas, siguen apareciendo nombres de cuestionable significación. Al igual que hicimos con el Área 51, nos alejaremos de este tema con este artículo. No habrá otras propuestas de nombres o de acciones desde el Alminar de Melilla. Le hemos dedicado a esto mas de 20 años. Si la resistencia a cambiar nombres y monumentalidades en una ciudad es proporcionalmente mayor, que a la de permitir el derribo o caída de edificios emblemáticos, es que hay un error de concepto y una lucha imposible.
Se cambian los nombres pero no la historia porque se quiera o no, es lo único que no puede cambiarse. Los nombres y el recuerdo sí, pero porque este es el único y obligado recurso disponible.
Hay nombres que ya están olvidados y todavía no se han puesto.
Y otros que seguirán siempre ¡ Presentes ! José Antonio no salió del callejero hasta 2017.