- El presidente en la arena melillense
- Bajo el Sol de agosto
- La pasión del poder
Fabio, las esperanzas cortesanas
prisiones son do el ambicioso muere,
y donde al más astuto nacen canas.
Sobre Juan José Imbroda, Presidente de Melilla, se ha escrito muy poco en términos que no sean hagiográficos o de claro culto a la personalidad. Hay miles de fotografías suyas, en cualquier parte y actividad, pero todas son «posados». Apenas hay fotografías que le muestren en actitudes cotidianas y sin que él mismo perciba que está siendo observado.
En El Alminar mantenemos un equilibrio escrupuloso entre los actos de su gobierno, que juzgamos con dureza, y el respeto a su persona, a la que no juzgamos en momento alguno. La simbiosis es perfecta, porque cualquier imagen no preparada del Presidente melillense supone un éxito numérico en las visitas al blog, pero sin que ello suponga ningún otro beneficio, aunque tampoco perjuicio.
Nos consta, desde hace mucho, que el Presidente Imbroda lee cualquier referencia a a su persona, y que si ésta tiene la más mínima traza de verdad, se cuida de atenderla o desmentirla en cuanto le es posible. Si hay algún integrante del Ejecutivo local que se puede ver paseando por la playa, o andando en lugares en los que otros integrantes de su gobierno no se atreven, es al Presidente Imbroda. Desconozco hasta qué punto es una imposición propia o una actitud personal, pero es un hecho.
La máfora del Poder
Ver abdicar a un rey, renunciar a un Papa, o cesar por propia voluntad el mandato de un político, son anomalías. Hay contados casos a lo largo de la historia. El poder es una pasión que rara vez se abandona. Solo cataclismos sociales, revoluciones, o la propia naturaleza retiran a un dinasta o jerarca.
En el año 2011 concedió una entrevista en la que dijo lo siguiente: veo próximo mi retiro, quiero disfrutar de lo que he conseguido. probablemente se trate de la expresión de un sentimiento real, que no ha podido llevar a cabo porque está atrapado por las circunstancias «personalistas» de su propio poder. Todo depende de él y todos/as dependen de él. El Presidente Juan José Imbroda se encuentra en el otoño de su vida y en el otoño de su poder. Es la mejor época para disfrutar de aquello que se ha conseguido, siempre y cuando uno se encuentre en óptimas condiciones físicas y mentales, lo que parece ser el caso, aunque pudiera seguir ganando elecciones otros «doscientos años».
Frente al vendaval de las sospechas e imputaciones judiciales, frente al calor del verano y a las críticas sobre el estado de las playas, el Presidente de Melilla, acompañado de su esposa y también diputada local Francisca Conde, recorrió el litoral melillense desde un extremo hasta el otro. Como cualquier otro ciudadano, recogió un trozo de cristal o algún elemento peligroso de la arena y lo depositó en el cubo de basura más próximo. Hace solo dos días habíamos escrito que los altos cargos melillenses no se dejaban ver por las arenas melillenses.
Como siempre, todo fue casual, simplemente estábamos ahí. Ni demasiado lejos, ni demasiado cerca, en el fino equilibrio del Alminar.
Nota: https://elalminardemelilla.com/2012/09/28/coloso-o-gigante-con-pies-de-barro/
El polvo de la historia puede extender una capa que borra errores, recuerdos, desaciertos e incluso éxitos, pero lo que no tapa jamás es un mal final. El final siempre queda en la memoria de todos. Se suele olvidar cómo empezaron las cosas, pero nunca como acabaron.
El fino equilibrio del Alminar, ni demasiado cerca ni demasiado lejos. Algo así como la delgada linea roja.
Lo ideal es no olvidar ni el comienzo ni el final de los hechos, sólo así podrá llegarse a entender lo que va entre medias.
El final político de Juan José Imbroda, dista mucho de estar escrito, aunque no parece lejano. Hay una parte que puede decidir él, y otra que ya está dictada. La sensación que tengo es que su imagen es mejor cuando está lejos de la corte que le rodea, porque cuando representa su papel y habla, deshace lo logrado en una imagen como la que origina esta entrada.
«Cuanto más cerca se está del César, mayor es el miedo». Esto se dice también en «La delgada línea roja», una magnífica película y nada militarista.