Se le puede ver cada día recorriendo las calles de la ciudad. Empieza con un perro y luego llega a pasar de la docena. Su destreza como «paseador de perro» es innegable. Resulta muy curioso ver como perros que se pelearían o ladraría en condiciones normales, caso de ir solos con sus dueños; se comportan dócilmente y admiten al compañero lomo con lomo. Parece que se conocen, lo perros, y reconocen al amigo o al compañero de paseos. No podemos saber qué piensan los perros, pero es indudable que se sienten a gusto y ni uno solo ladra o arma trifulca. La educación de los perros también depende de sus dueños.
Todos los perros salen a pasear juntos. Se van sumando unos a otros y en compañía, formando un grupo, la vida, aunque sea la de perro debe ser mejor. En los últimos tiempo ha surgido un movimiento, que cuenta con algunos perfiles de integrismo, los llamados animalistas, que cuenta incluso con su propio partido. Una cosa es defender los derechos de los animales, tratarlos con respeto, no someterlos maltrato público, y otra cosas es equipararlos a los seres humanos, llegando a exigir playas para perros o incluso la posibilidad de entrar en locales de restauración. Todo exceso es siempre malo. La violencia verbal desplegada en torno a la muerte del torero Victor Barrio, por una cornada, hace pensar que el el ser humano puede convertir la mejor idea, en motivo de enfrentamiento,de agresión y arma arrojadiza. Una buena idea, mal defendida, puede convertirse en algo que produzca rechazo. La crispación política y social empieza a dejarse notar en cualquier campo. Casi nadie es capaz de defender algo sin llegar al grito. La gente ya no suele escucharse y una vez que alguien está convencido de algo, ya no existe manera de que acepte otro punto de vista.
En cualquier caso nos quedamos con la reconfortante estampa del «hombre que pasea a los perros».