Marlowe, Mefistófeles y Savonarola


 

                                   El poder de la oscuridad

Existen misterios cuya solución los hombres solo pueden vislumbrar, misterios que, por mucho tiempo que pase, solo resolverán a medias. Bram Stoker, 1897

       El autor más conocido es probablemente el mayor pseudónimo de la historia, nos referimos William Shakespeare, que sería el sobrenombre escogido por Christopher Marlowe para poder seguir escribiendo, con una identidad oculta, aunque esto es solo una hipótesis imposible de comprobar.

      Los pseudónimos que se escogen son también parte de la propia personalidad literaria, nada hay de malo en ellos, como dice hoy Jesús Motos en su artículo dominical de El Faro (15/07/2018). Tiene razón cuando afirma que «la conmoción ha sido inmensa» al descubrirse su personalidad, por los inquisidores y cazadores de disidentes. En España es necesario el sobrenombre cuando se quiere escribir sobre determinadas cosas, uno de ellos, muy conocido, es Jesús Ynfante, azote del Opus Dei durante décadas. Todavía hoy su nombre real no es conocido por la mayoría de las personas.

        Sin embargo, el émulo de Marlowe no es un troll, nombre que describe a todos aquellos que entran en los debates de los foros de internet, para desviarlos, reventarlos, llenándolos de groserías y zafiedades. Marlowe parece ser un integrante del círculo íntimo del poder Local, lo que le da otras connotaciones al suceso. El mayor troll de esta ciudad es alguien que escribe con nombre y apellido. Aquí nos da igual si la personalidad descubierta era esa u otra, como en el caso no resuelto de Lisbeth Salander*, y que llegó hasta los diarios digitales como El Confidencial, y de prensa escrita como El País. ¿Quién fue Lisbeth Salander, una o varios?. Hasta el día de hoy todo son conjeturas. Lo que parece claro es que todas esas filtraciones proceden de la descomposición y desafección de un poder esclerotizado y demasiado largo en el tiempo. Todas estas disidencias y críticas proceden del interior.

        Hoy y entonces se buscaba a un opositor, a un enemigo al uso para poder empalarlo públicamente, como hacía Vlad Tepes y han vuelto a encontrarse con la disidencia. El disidente, como en el antiguo Estado soviético, procede siempre del interior, del régimen. Girolamo Savonarola fue un grandioso disidente eclesial, azote público de Los Médici y de la propia Iglesia. Obtuvo, eso sí, un final a la altura de su desafío, sublime, como las llamas que lo consumieron en una plaza de Florencia.

                                 Vender el alma al diablo del Poder

          En tiempos pasados, la conciencia importaba. Hoy todo está anegado por la moral paralela. Hay una moral pública y otra privada. Existe una práctica muy corrupta en el ejercicio del Poder y nadie siente que nada de eso le alcance, aunque los delitos de los que se les acusen y juzguen sean de gran calado. La moral paralela, la conciencia de pertenencia a un grupo, familia o clase anega cualquier atisbo de duda o remordimiento. La sensación de haberse corrompido, en alguna forma, no existe, no abre grietas en la conciencia.

          El límite que no debe resbasarse es el de la descalificación personal, algo que siempre se ha evitado en El Alminar. Todo lo demás es libertad de expresión, por mucho que les pese. Atravesar esa línea hace imposible algunas defensas, aunque en nuestra ciudad, algunos, quizá muchos, consideren que la libertad de expresión empieza a partir de ahí.

        En el Fausto de Marlowe, o en el de Goethe, se habla de aquellos que venden su alma al Poder, a la riqueza, a la sed de dominación. Otro gran personaje literario que narra parecidas vicisitudes es Mesfistófeles. El diablo tiene muchos nombres, muchos servidores, y su reino es siempre la oscuridad. A veces ocurre que alguien, educado en la vieja escuela, siente remordimientos, necesita aliviar su culpa, y vuelca sus confesiones en público, como si fuerza posible separar una parte buena de aquello que solo es malo. Los autores clásicos intentaron advertir sobre la «atracción fatal» del Poder y de sacrificar todo a su ejercicio y a su conquista.

      La única manera de evitarlo es decir siempre no a la ambición del Poder, porque una vez que se diga sí, ya se estará perdido.

       Nota:https://www.elconfidencial.com/espana/2018-06-09/melilla-lisbeth-salander-imbroda-montecristo_1576254/

 

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