La hoguera de las vanidades


Savonarola frente a Los Medici y los Borgia

Girolamo Savonarola (1452-1498) fue un monje dominico excesivo, pero también es verdad que compartió espacio y tiempo con los Medicci en Florencia, que se adueñaron de la ciudad y la convirtieron en una caja de resonancia de sus ambiciones y en objeto de todos los excesos posibles en la práctica del Poder. Cuando la inmoralidad política se adueña de una urbe, de un territorio o incluso de un país entero, ya no se le puede exigir nada a nadie, porque no hay ejemplos  de los que valerse. Cualquier límite queda rebasado y en ausencia total de respeto, porque ya nadie ve referentes respetables.

Savonarola tenía enfrente a dos poderosos excesivos: Lorenzo el Magnífico y  Alejandro VI, más conocido como el Papa Borgia, que hacían y deshacían a su antojo, uno en Florencia y el otro en Roma. Se equivocó y mucho fray Girolamo Savonarola, pero los otros, a los que denunciaba, eran el error del Poder en estado puro. Maquiavelo lo calificará como «el profeta desarmado» y le reprochará no haber sabido construir nada perdurable.

Como demostrara Maquiavelo, el poder solo tiene como objetivo el poder mismo y su conservación. No tiene escrúpulos ni conciencia. El código ético del poder es distinto que el del resto de los mortales. Para el que ejerce el poder absoluto, mentir, no cumplir la promesas, no es algo por lo que se deba sentir vergüenza.

La realidad es que estar parte del Poder es fácil, el viento siempre sopla detrás. Cautivarse por la magnificencia del Poder y de su esplendor es más fácil aún. Lo difícil es estar frente a él, y denunciarlo. Es muy raro el caso de aquel que se enfrenta a un poderoso y vence, y como la historia siempre mandan escribirla los vencedores, sólo encontramos los ejemplos de sus magnificencias y virtudes. Conocemos un caso de alguien que venció, pero después de muerta, y es la doncella de Orleans, Juana de Arco, quien pago con su vida su victoria futura.

El caso es que Nicolás Maquiavelo estaba seducido por la magnificencia de los Medici, en concreto de Lorenzo el Magnífico, a quién dedicó su libro de El Príncipe. Al Magnífico solo le derrotó la muerte. Como escribiera Lidia Falcón en su libro: Los hijos de los vencidos, una dictadura de 40 años, en la que el dictador muere en la cama, no solo vence, sino que también convence, por eso es tan difícil abatir su memoria. Stalin o Mao y tanto y tantos dictadores invictos, siguen teniendo sus partidarios, pese a las evidencias en contra.

Savonarola frente a Maquiavelo

Maquiavelo diseccionó la naturaleza del Poder y la manera en que este deben ser conservado. Savonarola se situó frente al Poder y acabó cayendo en los mismos excesos que denunciaba. En sus célebres hogueras de la vanidades, invitó a todos los ciudadanos de Florencia a deshacer de todo aquello que era superfluo, pero la consecuencia fue que los pobres se deshicieron de sus pocos bienes y los poderosos conservaron los suyos. Al final no consiguió subvertir el orden social imperante y la gente se cansó de no ver resultados y le abandono. El enfrentamiento directo con el poderoso es suicida si se lleva a cabo sin otro objetivo que ese. Por muy atractivo que resulte un individuo, o por muy grande que sea su poder de convocatoria, caso de Girolamo Savonarola, nada tiene que hacer frente al Poder. Se deben denunciar siempre los excesos en la práctica del Poder, pero no enfrentarse de modo directo a los poderosos. Sin apoyos no se llega a ningún sitio y a veces tampoco con ellos.

Siempre me ha interesado el modo en que se ejerce el poder absoluto. La mayoría absoluta es en definitiva Poder absoluto, aquello que tanto atraía a Maquiavelo. A cierta forma de ejercer el Poder se la reconoce desde el principio, y otros solo se reconocen en su parte final, cuando el poder absoluto se degrada y descompone. En el año 2001, escribí esta artículo, en forma de parábola en El Telegrama de Melilla. Quizá ahora se entienda mucho mejor que entonces, y esto, la necesidad de las parábolas, también lo habíamos explicado: https://elalminardemelilla.com/2013/07/31/el-por-que-de-hablar-en-parabolas/.

En definitiva, la principal hoguera de la vanidad es el tiempo. Esa es la lección que no llegó a comprender Savonarola.