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El diablo tiene nombre
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Eminencia
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La ciudad del diablo
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El Círculo Octogonus
Si alguien sabe del diablo es La Iglesia, porque no en vano se lleva enfrentando con él desde hace dos milenios, con incierto resultado. ¿Existe el diablo?. Difícil cuestión, aunque a la luz de algunos ejemplos históricos, la respuesta debería ser sí, de modo indubitable, pensemos sin más en el nazismo. Dice La Iglesia y sus doctores: que el diablo es bello e inteligente. Según La Biblia, su primer nombre era Luzbel (luz bella), el más poderoso de los ángeles después del mismo Dios. Hay un bello poema romántico de John Milton, El paraíso perdido, en donde se relata la más fantástica y potente batalla en El Reino de los Cielos. Un gran poeta, Baudelaire escribió: el más bello de los ardides del diablo es convencernos de que no existe. Ocurre que al igual que Dios solo se manifiesta a los grandes santos, pero ninguno le ha visto, porque no se le puede mirar al rostro, con el Ángel caído sucede otro tanto. Resulta muy raro que se manifieste de modo personal, es más común que lo haga a través de sus centenares de seguidores y de todos a aquellos a los que utiliza para conseguir sus fines. Hemos escrito de todas estas cosas, y de la gran batalla que el diablo tiene contra el Vaticano. En el mismo caso que Dios, su nombre no debe pronunciarse en vano.
Desde entonces, las novelas sobre intrigas y destinos cruzados en el seno de La Iglesia tienen gran alcance y suscitan pasiones de todo tipo. Hace no mucho, la novela El código da Vinci, fue un gran best seller mundial. No era demasiado novedoso, y hay decenas de novelas mucho mejores, y de más empaque, pero Dan Brown acertó con la fórmula del éxito.
El nombre del diablo es una novela española que narra la lucha personal de un sacerdote, contra una secta diabólica. En la narración se descubren los restos de una antigua herejía española, que desconocía, la del padre Molinos, que con su predicaciones consiguió convertir en «esclavas sexuales» a decenas de mujeres, algunas monjas, de las que era confesor. Probablemente ese era el objetivo último y primero. El asunto llegó hasta los oídos de Roma, e indubitablemente acabó sus días en las mazmorras de La Inquisición. Fue condenado a rezar «el rosario» de por vida y a llevar hábito penitencial.
La ciudad del diablo. Una autora siempre tienes más dificultades para abrirse paso dentro del mundo de la narración. En esta novela se describe la sordidez de los pequeños pueblos de España y la doble moral de la época de Franco, y también de cualquier sociedad basada en normas religiosas. Virtudes públicas, vicios privados, decían los romanos. Una mujer aparece muerta en un pueblo y el sacerdote decide investigar el caso. Al final todos sabían lo que estaba ocurriendo, pero nadie decía nada. La vida en muchos pueblos sigue siendo así. No hay nada nuevo bajo el Sol, como también decían los romanos.
Eminencia es una novela de Morris West, escrita antes de 1990, en la que se predecía la llegada de un cardenal argentino al Papado, y en la que un mayordomo del último pontífice le robaba unos diarios personales, y los divulgaba en los medios de comunicación. No parecía algo trascendente en aquella época, pero ha resultado profético, dos décadas después. La condición del profeta es que en muchas ocasiones, no llega a ver el resultado de sus profecías.
El Círculo Octogonus. El Vaticano tiene servicio secreto, a decir de muchos, uno de los mejores del mundo. Ningún Estado puede sobrevivir sin información sensible sobre el resto. Anticiparse a cualquier acción es una cuestión básica si se quiere llegar «hasta el fin de los tiempos», pretensión final de La Santa Madre Iglesia, y que no es poca pretensión. Para culminar un objetivo así, uno no debe detenerse ante nada. Es un de los libros que me regaló mi tía Mercedes, en los veranos en que la veíamos en Segovia. Los Octogonus constituirían una élite especial, sacerdotes con apariencia normal, que al recibir una sobre de color púrpura, se despojan de la sotana y se convierten en «milites Chirsti», capaces de hacer doblar la rodilla al mismísimo James Bond, que solo es cine. El lema de los octogonus es: «cualquier cosa, incluida la muerte, por el amor a Dios».