El caso del coso taurino


 

     Melilla se desmorona, todas las ciudades se están desmoronando. Todo el crecimiento de las ciudades, incluidos los disparates, se financiaban con deuda. El problema de España es triple: la crisis, la corrupción y el despilfarro. Del primero de los escalones se sale, del segundo no,  y el tercero ya no existirá más. Esto quiere decir que aquellas ciudades que hayan gestionado mejor el dinero público aguantarán mejor el efecto «congelación de los ingresos». Aquellas que hayan despilfarrado no podrán ni siquiera reparar todo lo que se les vaya desmoronando. Por eso todavía se pasea por ciudades en donde las cosas se mantienen con relativa dignidad, y que aguantan el triple efecto con aparente calma, en un suave descenso. Melilla ha dispuesto de ríos, de aluviones, de auténticas mareas de dinero público, que no han dado el resultado apetecido o exigible al caudal de dinero invertido. La plaza de toros de Melilla, el coso taurino, al que no entiendo por qué se denominó como «mezquita del toreo», cuando las mezquitas no son redondas, y en el mundo musulmán no existe la tauromaquia, es un estrambote en el norte de África, atribuible solo al franquismo, al igual que su  melliza, la plaza de toros de Tanger.

Tenemos un coso taurino, en el que como máximo se celebra un solo festejo al año. No hay manera de rentabilizar, ni de sacar a flote semejante «coso», caso o cosa. Esta es la razón por la cual  la plaza de toros de Melilla se cae y es un gigante inerte. Es un resto del pasado franquista, por mucho que quieran inventar una afición más pretendida que real. No sirve para nada, salvo para alojar, malamente, los tronos de los pasos procesionales. Esto es la plaza de toros de Melilla, un almacén de materiales ya inservibles y deteriorados, una cubierta que está cada vez más desvencijada, y unas puertas apuntaladas y en estado inquietante.

Nota: de todo esto había escrito ya hace mucho tiempo. (1) https://elalminardemelilla.com/?s=plaza+de+toros

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El trabajo del sacerdote Buxarrais


                 Pero alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin las obras, y yo por mis obras, te probaré mi fe. Santiago 2, 18

                  Terribilis est locus iste  (Este lugar es terrible)

Este lugar es la capilla del Centro Asistencial, bajo la advocación de la Virgen de La Medalla Milagrosa.  Este el el lugar que escogió el entonces obispo de Málaga Ramón Buxarrais,  en el año 1991, para su retiro. Fue el primero que cumplió por entero la exhortación evangélica: «Deja todo lo que tienes y sígueme». Es el mayor ejemplo en Melilla de alguien que renunció a todo y venció al mundo. Afirmo que este es un lugar terrible porque aquí se convive con la muerte a diario. No es un lugar fácil para trabajar en él, ni siquiera para visitarlo, pero la mayor dureza es pasar allí las 24 horas del día, desde hace más de 22 años.

Aquí está forjando su fama de santo, el padre Buxarrais, Don Ramón, o monseñor, pues atiende por cualquiera de esos nombres. El padre Ramón oficia su misa diaria, cada mañana, desde hace dos años, para la media docena de internas y de alguna otra mujer que acude desde el mundo exterior. Desde hace 6 años soy testigo ocasional de lo que hace, y ese es el trabajo que tengo pendiente y al que tengo que dar forma. He visto y vivido muchas cosas que jamás pensé ver, en un lugar de gran humanidad y de insólita dureza, porque de aquí no se sale con vida, aunque hay mucha vida y experiencias acumulados dentro de él.

Es un lugar duro,  por mucho que la totalidad de los internos estén perfectamente atendidos, y el trato con los trabajadores sea casi familiar. También hay muchos voluntarios que acuden todos los días para atender a ancianos y ancianas, para darles un rato de charla o de compañía. Todas estas acciones, tanto voluntarias como laborales son loables, sin embargo, acabado el turno de trabajo o de visita, quien sea se va. El único que queda allí  es el padre Ramón Buxarrais, quien este diciembre cumplirá, D.m, 84 años. Es la parte final de la vida, esa que no aterra y en la que no queremos pensar, pero que está ahí. Hay personas terriblemente desvalidas, irreconocibles ya en lo que fueron algún día. Estar en ese lugar todos los días, sin faltar uno, no es algo al alcance de cualquiera, por eso no dejo de admirar y de manifestar la grandeza humana y el ejemplo de Monseñor Buxarrais. Mi papel únicamente es el de ser testigo, dando cumplimiento a la máxima  Pablo: «lo que veas, escríbelo en un libro».  El tiempo con el que contamos es finito, y quiero plasmar todo lo que allí he visto y todavía veo. Todas las semanas se deja de ver a alguien, bien porque ha pasado al pabellón de los no válidos, bien porque se ha marchado «al reino de los cielos». Hay también mucha tristeza y melancolía que se posan en las miradas del que por allí pasa.

El pasado 11 de septiembre se cumplieron 22 años desde su renuncia al episcopado malacitano. Nadie, ni siquiera él mismo, pensaba que iba a aguantar tanto, porque de Málaga se vino con graves dolencias físicas, que fueron agravándose con el paso y el peso de los años, y de las que ha sido intervenido en varias ocasiones.

Todo ejemplo necesita de un testimonio, aunque a él solo le baste con lo que hace, y con la recompensa del cariño y la gratitud de las personas que trata a diario. Al final Dios Padre, en el que cree firmemente, le ha concedido la suficiente perspectiva, para que compruebe por sí mismo, que lo que pareció «una excentricidad o incluso un abandono» en su momento, hoy es el más firme ejemplo de una iglesia que debe deshacerse de todos los fariseos que la pueblan, y que hacen en ella la misma labor que las rémoras en la piel de las ballenas, esto es, dificultar su movimiento.

Voy allí con cierta asiduidad, pero en frecuencias difícilmente observables y repetibles. Busco instantáneas y momentos poco observados. Conservo cientos de fotografías de monseñor Buxarrais en esta etapa de su vida, decenas de impresiones y reflexiones, pero todo eso es solo una parte ínfima del mosaico que compone la historia del Centro Asistencial, próximo ya a su centenario (1915), y tan solo un leve retazo de la figura humana y del ejemplo que allí deja el obispo emérito de Málaga, el padre Ramón.

Es la historia oculta, la que no se ve, la única que me interesa. Un testimonio desde fuera y a la vez dentro, que es la única manera de observar las cosas alterándolas lo menos posible. Un testimonio que sirva tanto al que esté dentro como al que se encuentre fuera, y quizá más este último que al primero. Tomás fue bendecido por creer tras haber visto, pero más alto es el mérito del que cree, pese a haber visto.