Melilla no es una ciudad tan grande. Es verdad que es una ciudad un tanto complicada y peculiar, pero no sería tan difícil de gestionar si se hiciese bien. Una ciudad permanentemente en obras es una ciudad en permanente negocio, una ciudad que nunca acaba de ofrecer un resultado óptimo. Es la cultura del parcheo, del ir tirando por la propia inercia administrativa, pero sin tener nada acabado. Eso sí, de utiliza una partida presupuestaria tras otra para enfoscar, repellar, tapar agujeros, pero así nunca se ofrece un resultado completo y redondo.
La sensación general que ofrece la ciudad es de decepción. No hay una sola calle o zona que acabe de estar bien. Se mire por donde se mire, siempre hay un defecto, algo a punto de derrumbarse, o alguna cosa que no acaba de estar completa. Y si se piensa que se dispone de 250 millones de euros al año de presupuesto, entonces el asunto es mucho más grave. El trabajar dos, tres o más veces sobre la misma zona, no sólo da la sensación de que no está acabada nunca, sino que supones un constante mal gasto del dinero público.
La fotografía es muy generosa. Lo que empezaba a caerse ya se ha caido. Ahora, la tronera es enorme, y el tejado está cubierto de redes protectoras. Creo que lo están arreglando.
La Plaza de toros se hunde, como todo en Melilla. El gran defensor del coso taurino era Salvador Ramírez (q.e.p.d), fue una de sus últimas campañas en prensa.