Escándalo en el camarote del barco


                        Terror en el camarote del Murillo

En El Alminar no buscamos las cosas, pero nos toca ser testigos de ellas. Todo ocurrió en un instante, frente al camarote ocupado por El Alminar ( el número 13). Acaba de salir de la cafetería en dirección al camarote, acompañado por mi hija, con el café y los bocadillos. Todo el pasillo, que en la foto se ve vacío, estaba lleno de gente airada, toda la seguridad del barco y personal de la tripulación. Después de escuchar versiones de todo tipo, y cumplir una vez mas la máxima policial que dice: » Cuando hay dos testigos de un hecho, hay al menos tres versiones de lo sucedido», pude concretar una versión aproximada del suceso.

Una profesora almeriense de inglés, de un conocido Instituto de Melilla, de nombre Mª del Mar, compartía camarote con otra viajera, que al parecer, tenía algunas amigas o conocidas en las butacas del barco. La profesora almorzó con otras compañeras de profesión, que iniciaban igualmente sus vacaciones y cuando se dispuso a bajar a su camarote compartido, aquello tenía ya más ocupación que una patera, en una versión melillense del «camarote de los hermanos Marx».

La profesora, al reclamar su espacio, su cama y buscar algún sitio en donde meterse, fue objeto de una agresión en toda regla, cumpliendo con el proverbio sirio que dice: «Yo contra mi hermano, los dos contra mi primo, los tres contra el vecino y todos juntos contra el enemigo». La compartidora del camarote y las dos «okupas», la emprendieron a golpes y zapatazos contra la compañera legal del camarote. Los gritos, el escándalo, alcanzó a toda la línea de camarotes. Decenas de testigos, la seguridad del barco, todo estaban allí cuando yo regresaba con mis «cafés» de la cafetería, a mi camarote.

Todo acabó con la redacción de los informes pertinentes, parte de lesiones de la víctima, declaraciones de los testigos y la posterior ratificación de la denuncia. No sé cuál es la jurisprudencia sobre a quién pertenece territorialidad, cuando el suceso ocurre dentro de un barco.

Reflexiones desde el barril


Acerca del obispo Buxarrais

         Hay acciones cuyo valor y alcance solo llegan a apreciarse con el paso del tiempo, y hay hechos cuyo significado solo puede ser interpretado y entendido con la distancia y la perspectiva, pero para ambas cosas es necesario estar fuera, verlo desde fuera.

La muralla islámica de Melilla


 

          Mixtificada con cemento el resto de muralla más antiguo

     Este resto de muralla estaba empotrado dentro de la muralla española de Melilla.Quedó a la vista cuando se derrumbó la muralla de La Florentina en 1996. Apareció por sorpresa y como siempre que eso ocurre, no saben qué decir. Aquí estuvo ubicado el antiguo museo Amazigh de Melilla, el que creara Ignacio Velázquez. De este resto de muralla sólo acertaron a decir que era: «prehispánico», cuando prehispánico es todo, desde 1497 hasta los tiempos de Adán y Eva.

          Era un trozo de muralla islámica o musulmana, lo que se prefiera, ocurría que aparecía en un lugar y en un tiempo inesperado, y en una zona en donde se había jurado, y nos habíamos creído casi todos, que todo lo allí existente pertenecía al 100% a las construcciones españolas. Tras liquidar el Museo Amazigh, todo quedó en estado de abandono, hasta que lo denuncié el 1 de febrero de 2010, en los periódicos locales. Entonces retiraron los restos arqueológicos, crearon el centro de interpretación arqueológica y decidieron convertir este espacio, en una sala de exposiciones. Pero la muralla seguía sobrando y no importando a nadie. Yo sé que hay cosas que prefieren que se desmoronen.

           El caso, es que casi dos años después, esta muralla de caliza amarilla, da unos mil años de antigüedad, ha estado apunto de desmoronarse, desde luego ha perdido masa con respecto a las fotos de 2010, y antes de que se viniese abajo y provocase «un escándalo» han procedido a intervenirla, esto es, a cubrirla con cemento y a cubrirla con yeso. Un despropósito más, que sumar a los que se están produciendo en nuestro patrimonio monumental. El silencio cómplice es cada vez mayor y más espeso.

Aparcar sin miramientos


   En la mañana de ayer día 21 de diciembre, alguien creyó haber encontrado el aparcamiento de su vida, y sin consideración alguna, sin miramientos de ningún tipo, sin la más mínima voluntad de respeto hacia el resto de los conductores, dejó allí aparcado el coche y se marchó a realizar gestiones, compras o lo que sea. El caso es que cegó completamente el carril de circulación en la plaza de los Héroes de España (la nacional). Llegó la COA, el autobús urbano de Melilla y el atasco monumental. Dos COAs, una detrás de otra, tuvieron que hacer una complicada maniobra marcha atrás y salir en dirección contraria hacia La Avenida, tomando el escape de la calle de Justo Sancho-Miñano.

        Ese aparcamiento fue un acto bárbaro. Hay una minoría que no respeta nada, que aparca como y donde quiere. A la que no le importa dejarte encerrado  el coche, utilizar el espacio de dos aparcamientos o aparcar los vehículos en sentido contrario. Se creen más listos que nadie. Casi todos nos molestamos en buscar aparcamiento en condiciones, en dar vueltas y más vueltas hasta encontrarlo y llegado el caso, procurar dejar el espacio suficiente para facilitar las maniobras. Algunos no, y contra esa minoría hay que ir de modo contundente.

     Estas navidades  tanto la Policía Local,  como los Agentes de Movilidad, están siendo bastante tolerantes. Hay zonas que no son específicamente de aparcamiento, pero en las que se permite hacerlo, porque no se interrumpe el tráfico, ni se dificulta maniobra alguna. Sin embargo, hay una minoría, que acaban estropeando las cosas para todos. Esto que he presenciado, ha sido incalificable, por eso lo coloco en vandalismo urbano, ni siquiera en foto denuncia.

El hombre del reciclado


         Prometimos contar historias diferentes y lo hemos hecho. Dijimos que hablaríamos de aquellos que nadie habla, y en la medida de lo posible, lo hemos hecho. La realidad impone muchas veces sus exigencias y nos aparta del camino inicialmente marcado, pero intentamos no olvidarnos de  nadie, ni de nada.

          Francisco Varea, Paco, es el hombre del reciclado. Lo encontré el pasado mes de mayo en plena campaña electoral municipal. Se iniciaba la campaña para la separación de aceite usado, el de la comida, que no el de los coches. Informaba de que los envases de aceite de cocina deberían ser depositados en el bidón de color naranja y para ello, además del folleto, regalaba un embudo. Aparte del hombre del reciclado, es también el hombre de los regalos. Hace unos días lo volví a ver, y esta vez me regaló un bolsa verde, en la que colocar los envases de cristal para bajarlos ya separados a los contenedores de basura, a los de color verde, el de los envases de cristal.

           Debemos concienciarnos para separar la mayor parte de basura posible. No tirar el aceite de cocina al desagüe. Separar el papel y el cartón y llevarlo al contenedor azul y el vidrio al contenedor verde. Paco Varea, el reciclador, nos espera en la puerta de los mercados municipales, o en la puerta de algunos hipermercado, para recordarnos incansablemente, la necesidad de colaborar en la separación de las basuras. También nos espera con sus regalos.

Los lanceros de Estopiñán


                     Rey en Castilla y Alcalde en Melilla

    Melilla, la ciudad del paro (25%) y de la pobreza (30%), tiene dinero para gastarse 20 millones de las antiguas pesetas (114.000€), en dos lanceros, que más parecen procedentes  del «planeta de los simios» o una versión militarizada del Sancho Panza de la plaza de Menéndez Pelayo. Es incomprensible, inadmisible e injustificable, que además se califiquen estas esculturas como baratas. La justificación es insólita. Nadie está haciendo cosas así, o al menos, si se están haciendo, no de una forma tan descarada.

     Además de lo injustificado del gasto, está la insistencia en la versión falsa de la historia de Melilla. Se les llama defensores de la Melilla de Estopiñán, pero para defender algo, hay que conquistarlo primero y luego, claro está, mantenerlo a sangre y fuego, porque esa ha sido la historia de Melilla durante «la larga noche de los 400 años«.  Esta versión ni es la historia de  Melilla, ni tampoco su memoria, como máximo puede ser «el delirio de grandeza». 

      Melilla, durante 400 años fue un presidio, un lugar de pesadilla, en donde cientos y cientos de presos y de desterrados españoles, perdieron la vida defendiendo sus murallas, o realizando las labores más miserables y arriesgadas. Era un  lugar tan infernal, que muchos presos preferían la incierta aventura de la fuga, con la clara posibilidad de la muerte o la de acabar convertidos en esclavos de los rifeños, antes que mantenerse en la ciudad como prisioneros. 

         En cuanto al resto de la guarnición y los hombres libres, la vida fue tan miserable y penosa, que en algún momento se conspiró para rendir la plaza al enemigo. Homenajear todo eso o idealizar aquel infierno es un despropósito histórico, pero en cualquier caso, eso ahora no importa, salvo dejarlo señalado.

      Lo que asombra en una ciudad, en un país,  en que  la pobreza y el paro campan a sus anchas, es que alguien califique ese gasto injustificado, en el peor momento de la crisis,  como barato. Parece que para algunos, 20 millones de pesetas, ya no es nada.

    Nota: Desde hoy ya no está Zapatero para achacarle todos los males.

Terrazas contra aparcamientos


               

               La instalación de una terraza frente al Teatro Kursaal, llevará aparejada la pérdida de tres aparcamientos en el centro de Melilla. Habrá quien piense que tres no son muchas plazas, pero si vamos sumando las pérdidas por pasos de cebra excesivamente grandes, por los gigantescos chaflanes en algunas calles del centro, por la instalación de contenedores soterrados, y por la mala situación de los contenedores de vidrio y papel, o por la gente que aparca mal e invade dos plazas de aparcamientos, tenemos una situación que empeora día a día. Entre todos estos conceptos, creo que se ha perdido casi la media centena de plazas de aparcamientos en el centro de la ciudad.

           No entiendo esta política de autorizar la instalación de terrazas en zonas de dominio público o a costa del dominio público. Si se trata de burlar la Ley Antitabaco, me parece todavía peor, porque al final el humo del tabaco también acaba entrando en la cafetería. Cada uno tiene el local que tiene, y estas «ampliaciones» sui géneris, se hacen en perjuicio del ciudadano y de su espacio. No está el Centro de Melilla para perder más y más aparcamientos.

             Es una lucha soterrada del Ayuntamiento de Melilla contra la Ley antitabaco del presidente Zapatero, que apoyó Mariano Rajoy y que no va a derogar.