El 27 de enero de 1945, los hoy olvidados soldados del Ejército Soviético, llegaban al campo de prisioneros de Auschwitz. Hacía días que había sido abandonado y demolido por las tropas de las SS. Los pocos prisioneros supervivientes vagaban desorientados por el campo, ya sin vigilancia.
Eva Mozes Kor y su hermana Miriam lo relatan así en «Auschwitz» libro reciente de Laurence Rees en Memoria Crítica: «Corrimos hacia ellos y nos abrazaron y nos dieron galletas y chocolates. No solamente teníamos hambre de alimento sino también de bondad humana, y el ejército soviético nos proporcionó algo de ello».
Violeta Friedman superviviente de Auschwitz señala en sus «Memorias» dos peligros, uno el desconocimiento real sobre todo lo que sucedió durante el nazismo, los campos de extermino y sus políticas criminales y dos el intento constante de minimizar lo ocurrido, bien mediante el adelgazamiento de las cifras o mediante la negación directa, como los casos del escritor filo nazi David Irwing, o el del ex-intelectual Roger Garaudy, que fue condenado en Francia por negar el Holocausto.
Es un error muy común el considerar el Holocausto como algo sólo concerniente a la población judía, cuando la realidad es que de la ira nazi no escapó nadie. Eso sí, los judíos fueron el principal objetivo del exterminio nazi y sólo por el hecho de ser judío. La población judía europea exterminada alcanzó las 6.250.000 personas, y esa cifra representa el 50% de la población exterminada por las Einsatzgruppen (brigadas de sustitución de poblaciones).
A esta monstruosa cifra hay que añadir 3.000.000 de prisioneros de guerra soviéticos, 3.000.000 millones de católicos polacos, 700.000 serbios, 250.000 gitanos, 80.000 disidentes alemanes, 70.000 disminuidos psíquicos de los programas de eugenesia social, 12.000 homosexuales, 7500 republicanos españoles, 2500 testigos de Jehová.
Lo que hace a Auschwitz II-Birkenau, a Belzec, Chelmo, Majdanek, Sobibor y Treblinka diferentes, no es la voluminosa e insoportable cifra de personas exterminadas, es la mentalidad, la ideología que los hizo posibles y sobre todo, el sistema y el método para llevar a cabo esa atrocidad.
La red de campos de exterminio en masa es el mayor crimen que se haya cometido nunca y supone una un hito, una marca indeleble en la historia de la humanidad. Nada de lo ocurrido hasta la fecha podrá compararse jamás al Holocausto. Como dice Violeta Friedman:
«Desgraciadamente en los últimos años han hecho un denodado esfuerzo por negar la historia. A ello se añade el intento de otros por minimizarla, por equiparar aquella barbaridad con otras cometidas antes y después. Es cierto que todavía en nuestros tiempos se sigue atentando contra la humanidad. Sin embargo aquel hecho es singular en la vida de los hombres».
El revisionismo se centra en minimizar las cifras, en hacer hincapié en la casi nula resistencia opuesta por los propios judíos a su exterminio, «como si hubiese sido posible resistirse». La máquina infernal nazi se tragó países completos armados hasta los dientes, por ello, el hacer recaer la responsabilidad de la resistencia sobre población desarmada es sumamente inmoral. El objetivo del campo de exterminio, de las «marchas de la muerte», el trato infernal y degradante, era la destrucción moral de la persona antes de su eliminación física y cuando esta alcanzaba un estado de muerta viviente, entonces los nazis denominaban a esto «estar en estado musulmán», Jorge Semprún en «Viviré con su nombre, morirá con el mío»
En esa situación de destrucción moral y física «cualquier grupo humano, judío o no, se hubiese dejado asesinar de igual modo», dice Violeta Friedman. Este extremo es innegable porque en los más recientes casos de genocidio como el de Tutsis en Ruanda o el de musulmanes en Bosnia, las poblaciones masacradas apenas pudieron oponer resistencia a su eliminación.
Otro aspecto más estremecedor aun, si cabe esa posibilidad, es que la eficacia de la industria de la muerte nazi, no llegó al 40 %, esto es, el resto el 60 % de los 13 millones de asesinados (nunca llegaremos a conocer la cifra exacta), fue asesinado de un modo directo, mediante fusilamientos masivos y continuados, disparos arbitrarios, malos tratos brutales, o mediante «marchas de la muerte» en donde centenares de miles de personas caminaban durante días y en condiciones de brutalidad aterradoras y infinito sufrimiento, hasta los puntos en donde serían ejecutadas. La más espantosa de estas matanzas es la de Babi-Yar en Ucrania, en donde fueron asesinadas 33.000 personas.
Por tanto, no sólo era difícil de justificar el hedor nauseabundo de las chimeneas de los campos de exterminio, la llegada constante de trenes cargados de personas y que salían vacíos de los campos, sino que los nazis pasearon las inmensas filas de deportados por las carreteras, por el centro de los pueblos, por las estaciones y se les ejecutaba en bosques cercanos, a la vista y el oído de quién quisiera verlo. Es imposible que nadie viese ni oyese nada.
La página Memorial de Auschwitz recoge el nombre de cuatro hombres, procedentes de Melilla que murieron en el campo de trabajo de Gusen; José Fajardo García, Rafael García Segura, Manuel Rojas de la Cruz y Mariano Tost Planal. Nada los recuerda en Melilla. Para algunas cosas, la memoria en Melilla es demasiado floja o amnésica.